Se acerca la celebración del Día del Niño y a veces parece más una fecha comercial que una dedicada a fortalecer nuestros lazos con ellos demostrándoles todo nuestro amor y lo importante que son sus presencias en nuestras vidas.
Cuando asoma la noticia de que un bebé llegará al hogar todo cambia. La espera se convierte en preparativos, ilusiones, cuidados, ansiedad, todo encaminado hacia la fecha que se marca en el almanaque, en la memoria y en los corazones. Ya nada será igual. Las motivaciones y las necesidades cambian el diario vivir.
Esa personita cuando llegue se apoderará de nuestro tiempo, nuestras preocupaciones y sueños, nuestras metas para encaminar su futuro, toda una tarea para la cual no siempre estaremos preparados e iremos adquiriendo destrezas o seguridades en el diario camino de la convivencia.
Quienes hemos abrazado una profesión de trato continuo con los niños, nos hemos capacitado en técnicas pedagógicas y conocemos rasgos psicológicos de cada edad para afrontar la compleja labor del aula. No se podría ser docente sin esta experiencia, pero a ello es necesario que anexemos una predisposición personal para encarar la múltiple tarea escolar en cuanto a enseñanza y al vínculo con los alumnos, esencialmente.
La diversidad de grupos humanos a través de los años enriquece notablemente aquel bagaje que traíamos al comienzo de la profesión. El trato diario fortalece lazos, nos enriquece en experiencias, demanda más estudio y actualización acordes con los cambios que surgen de la vida cotidiana y de la sociedad en su conjunto.
“Si llevas tu infancia contigo, nunca envejecerás”, afirma una frase famosa. Para que la infancia deje una marca perdurable deberá el niño estar rodeado de familiares, docentes, personas del entorno, etc. que le propicien una infancia feliz y perdurable para poder llevarla consigo a través de su recorrido por las etapas de la vida. “Una de las cosas más afortunadas que te pueden suceder en la vida es tener una infancia feliz”, escribió la famosa Agatha Christie; esto evidencia que hoy, adultos, somos el resultado de la infancia que nos permitieron gozar en otro tiempo.
Así como las flores son el resultado final con sus colores y aromas desde un proceso que comienza en la raíz de la planta, así el ser humano disfruta de sus virtudes que amasó allá en su época de niño. Claro que siempre sobrevendrá un momento cuando la puerta se abra y permita la entrada del futuro. Pero lo hará seguro y provisto de experiencias que tanto la familia como la escuela han puesto a su alcance.
Y después de tanto trayecto recorrido con los niños de la casa y los de guardapolvo blanco; hijos ajenos y un poco nuestros en las aulas, llegan los hijos de los hijos para colmar la felicidad con esas compañías pequeñitas que volvemos a educar ayudando a los padres que trabajan y agradeciendo la dicha de tenerlos. Jamás nos desvinculamos de la infancia. Dichosos aquellos que puedan aún llegar a ostentar el título de bisabuelos.
Domingo de celebraciones. Repitamos esa fecha cada día del calendario. Que la prolongación de nuestro acompañamiento tenga secuencias infinitas como evidencias de amor y cuidados. Por ellos, los niños.