
Un 22 de octubre de 1960, al hogar constituido por Hilda Mendoza y León Maccari llegó Leonardo a la vida en aquel pueblo de Sunchales que iba escribiendo su historia; una historia que atraparía la atención y el entusiasmo del joven en su diario transcurrir, evidenciando especial predisposición para convertirse en coleccionista y en celoso guardián del patrimonio histórico – cultural que el lugar le iría presentando en años sucesivos.
Obtuvo su promoción 1979 como Bachiller en el Colegio Nacional, hoy Escuela Steigleder. Se desempeñó como un alumno normal, según recuerdan sus compañeros. Provenía de la Escuela Savio y mientras cursaba a través de los años fue cimentando su apego por la recopilación y la investigación sobre la base de antigüedades, datos históricos; coleccionador experto y devoto que fue afirmando su inclinación hasta conseguir elementos realmente valiosos acopiados con orden en una habitación amplia del patio en su casa.
Entusiasta deportista, fue el balón redondo el primer convocante de sus habilidades físicas. El Club A. Unión lo recibió en su seno; integró las divisiones inferiores como defensor y fue avanzando hasta debutar en primera división. Luego, otra pasión llegó a su espíritu y abrazó el Karate Do junto a sus amigos Marcelo Sobrero y Oscar Bertoncello; una disciplina que lo caracterizó por su entusiasmo y eficiencia. Con ambos compañeros viajó a Okinawa (Japón), considerada esa etapa como proeza increíble y fueron dos las circunstancias: 1994 y 1997; un cierre de honor para una carrera afrontada con auténtica pasión.
Practicó este deporte en el Club Libertad y luego en la Vecinal del Barrio 9 de Julio dio clases de Karate. El anhelado Cinturón Negro fue una distinción que le cupo adecuadamente para lucirlo con orgullo. Mientras cosechaba éxitos y experiencias, se casó con Nélida Pérez y de esa unión nacieron Gabriel y Nadia Maccari. La cepa familiar ha florecido en dos hijos y tres nietos: Santino, Caterina y Milo. Sus hijos políticos son Bárbara Sartini y Luciano Penezone.
A través del tiempo desplegó su celo como aficionado primero y luego como avezado recopilador, escolta de archivos y acopios de ejemplares históricos para ofrecer los sustentos que dieron origen a las realidades actuales. Además de la tarea particular para enriquecer su propio acervo histórico – cultural, trabajó intensamente para conformar y armonizar el Museo del Deporte en el Club Atlético Unión. De esa manera participó esta institución en las jornadas denominadas “La noche de los Museos”, organizadas por la Municipalidad local. Otros eventos regionales lo contaron como participante comprometido.
En el 2010, con motivo del Bicentenario de la Revolución de Mayo y la presencia en el Club Unión de Mario Passo (descendiente de Juan José Paso, secretario de la Primera Junta), en el marco de la Fiesta Nacional del Fútbol Infantil preparó en Casa Club una Muestra espléndida y confraternizó con el ilustre visitante.
En el área laboral fue empleado de SanCor CUL hasta su retiro voluntario en 2017. La disponibilidad horaria le permitió continuar con su afición que pasó a ser una destacada voluntad de trabajo; auténtica vocación para atesorar valiosos testimonios. Recuerdo que trajo a mi casa dos fotografías de la Sociedad Italiana de Ataliva, al enterarse de que yo estaba escribiendo la historia del pueblo. Dos fotos que nadie conocía; dos imágenes que me sacudieron como hija de esa comunidad: el edificio en construcción, frente a la plaza, rodeado de malezas y la segunda en el día de la inauguración. Dos banderas flameaban agitadas bajo el cielo de julio; los automóviles de aquella época alineados y los invitados presurosos cruzaban el espacio para entrar al recinto luciente que los aguardaba con el corte de cintas.
-“¿Cómo están en tus manos? ¿Por qué el pueblo no las tiene?”- “Me las dio Don José Ronco”, – comentó. Su hijo José María vivía en Canadá y él consideró confiable a Leonardo para depositar en custodia la evidencia institucional. Hoy lucen ampliadas en ese recinto de Ataliva.
En el fondo del patio quedó en silencio ese ámbito tan rico; un palacio de la memoria que ya no recibirá la mirada ni las manos de Leonardo. Su hijo Gabriel narra que estaba ampliando y acondicionando el lugar: “Era muy reservado con sus cosas; si vos pudiste visitarlo fue porque te hizo una distinción”, me asegura.
Ese Museo privado, su mayor logro sobre un camino de aspiraciones y dedicación, constituye el legado histórico acumulado y enaltecido durante tantos años de minuciosa eficacia, celoso empeño y fervor casi místico. No es posible perder este patrimonio, caudal de tantas jornadas de búsqueda y meticulosa catalogación. Sus hijos manifiestan haber asumido el compromiso de preservar y continuar la tarea, viendo posibles vías para mostrarlo y difundir su magnitud. Es un homenaje que merece Leonardo Maccari. La perversa pandemia cercenó su vida pero su obra y su nombre serán perpetuos en las páginas de historia sunchalense.
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