
¿Qué ven las personas entradas en años cuando miran el horizonte? ¿Qué utopía aparece en la retina de sus ojos achicados por arrugas? ¿Qué esperan de ese espacio que alguna vez fue fuente de desafíos? Los hombres y las mujeres de la tercera edad se miran hacia adentro. El recorrido es interior. Tienen atesorado un cúmulo de recuerdos que se agrandan al evocarlos.
Dice Ernesto Sábato en su obra La Resistencia: “Así no ha dado ver a muchos viejos que casi no hablan y todo el tiempo parecen mirar a lo lejos, cuando en realidad miran hacia adentro, hacia lo más profundo de la memoria”.
Si miramos a nuestro alrededor, nuestros muebles, nuestros libros, vemos, cómo han envejecido junto con nosotros y nuestra memoria puede evocar desde cuándo los tenemos y cómo llegaron a nuestro hogar; a veces nos felicita; otras, nos reprocha.
Los mayores se emocionan frente una planta de granada, una higuera, un animal, un paseo, todo aquello que los remonta al pasado. Son retazos de vida dormidos en su interior: infancias, adolescencias, juventudes azarosas, tiempos de audacias y desencantos, de éxitos y fracasos, de amores y desamores. Todo se encuentra en la memoria como un poderoso capital de defensa, de argumento por haber vivido. Es una querencia a la nostalgia. Cuando renarran sus historias no es más que un diálogo interno para asegurarse que todo permanece inamovible, que todo se evapora y escapa, menos lo que se encuentra guardado en ese pasadizo de gestos, hechos, dolores, alegrías y nostalgias.
Hay algo en los seres humanos que los retiene en el pasado, a su pueblo de la infancia, a la escuela primaria, a la casa de los “viejos”, a las naranjas robadas al vecino, a las rabonas escolares… Son los puentes anclados al presente huidizo, cambiante y transformado. Ayudan a resistir el presente extraño; las reminiscencias refuerzan su identidad frente de la invasión de lo desconocido.
El hombre de la tercera edad mira el horizonte sin buscar nada, sin soñar nada, sin esperar nada. Sus ojos revuelven el baúl de los recuerdos para tomar aquello que lo deje más firme en el terreno inédito de su vida.
Es infantil pensar que los mayores repiten los hechos vividos porque padecen pérdida de la memoria; relatan una y otra vez el pasado porque sienten placer al revivirlos. Dejarlos decir una y otra vez, no tiene que molestarnos es ayudarlos a permanecer. Comparto este poema de Benedetti cuyo título es La vejez:
La vejez se ha olvidado del olvido / Y por eso se arrima a la memoria / La vejez suele ser obligatoria / Y sin embargo es tierna como un nido / El corazón afloja su latido / Y la sangre da vueltas en su noria / De paso se entretiene con la historia / y el amor no está insomne ni dormido / Lo que falta vivir ya no encandila / No importan escaseces ni abundancias / El dios que vigilaba no vigila / los años van borrando las distancias / Y ya que la conciencia está tranquila / La vejez guarda dos o tres infancias.
Hermosa, ¿no? Cuidemos a los mayores. Son un cofre insondable de saberes, de seres que desearían dar vuelta el reloj del tiempo, pero que solamente pueden recoger las horas de su interior.