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Para quienes no están en el círculo de la docencia, el término trayectoria escolar resulta un poco extraño. Esta expresión se refiere al recorrido que hace el alumno desde su entrada a la escolaridad hasta que egrese, con el ritmo que los factores contextuales le impongan para apropiarse de los contenidos.

Se separa de este modo de la repetición de grado para los niños que no respondieran a la secuencia estandarizada por el sistema educativo. Vale recordar que la ley 1420 consentía que, si un niño quedaba atrasado en el proceso de aprender, repitiera. La trayectoria escolar era mirada desde la calendarización teórica, por eso, abundaban los “repitentes”.

Ese rótulo dejaba en los chicos una huella de fracaso muy difícil de superar. Solo, debía hacerse cargo de lo que significaba un fracaso. ¿Solamente fracaso del alumno? No. Si un alumno repetía, eran varios los motivos, pero eso lo entendimos muchos años después.

Para ponerse del lado del alumno, sujeto de derecho, aparece en el marco de la ley 26206/06 el respeto por la trayectoria escolar. Los docentes saben muy bien cómo acompañar su trayecto con las estrategias adecuadas y ayudarlo a superar dificultades.

¿Es difícil entender que los alumnos no caminan esa trayectoria de la misma manera? No. Todos sabemos que hay quienes van por el sendero del año escolar y en él se cargan de contenidos diversos, de saberes, de habilidades; progresan sin demasiados obstáculos; otros en cambio necesitan más tiempos: su capacidad de incorporar contenidos satisfactoriamente, es más lenta o suceden rupturas, discontinuidades… Nada de lo que les ocurra debe rotularlos y llevarlos a repetir.

Para el alumno que necesita más tiempos, repetir no es la solución, solo necesita ser respetado en sus tiempos, acompañado en sus progresos y estimulado en sus avances. Se trata de atender esa diversidad natural que presenta a cada uno distinto de otro, pero no por eso rechazable, postergable u obligado a repetir. Ante un niño con dificultades, los docentes buscan las causas, pero en ningún momento abandonan el objetivo de lograr que un chico se alfabetice.

Cuando se cuenta con el apoyo de la familia, todo es más simple, pero si no está ese soporte, duplican el esfuerzo para que el niño aprenda. Si hay obstáculos para aprender, no los hay para enseñar. Se deja de poner acento en lo que falta para ponerlo en las posibilidades; tienen siempre presente que son oportunidades en las vidas de los chicos, puentes tendidos, lazos para asirse.

La pandemia ha venido a agregar una nueva diferencia a las ya distinguidas. Hay niños que perdieron los vínculos con la escuela, los que, teniendo el vínculo, no contaban con acceso a redes, los que no tuvieron padres que pudieron ayudar, los que teniendo lo anterior, no lograron adaptar las formas presenciales, virtuales, etc. Es una nueva ruptura de la cotidianeidad que obliga a repensar las trayectorias.

Las diferencias se han ampliado, extendido y diversificado. No se trata solamente de niños con capacidades diferentes que deben ser contenidos en una escuela común, la escuela común ampliará la inclusión hacia la diversidad de sujetos que padecieron la ruptura por la pandemia, reconocerá sus trayectorias para continuarlas y completarlas. La escuela seguirá siendo un lugar donde se garantiza el derecho de educar junto al cuidado de las infancias.

Es un nuevo esfuerzo para la docencia que siempre respondió a las exigencias, pero también es una oportunidad de ser protagonistas ante un nuevo reto educativo. Lo serán como siempre.