
“Cada ciudad tiene sus puertas
y sus lágrimas;
tiene sus límites
Y sus pájaros.”
Los versos anteriores, se encuentran en el libro “Los límites de la memoria” de Elda Massoni, en el poema: “La ciudad que amamos”. Elda, escritora rafaelina, ya no está entre nosotros, pero nos ha dejado sus obras. Pluma sensible, capaz de encontrar belleza en las rusticidades y musicalidad en contornos ásperos de lo cotidiano.
Estos versos invitan a mirar esta ciudad nuestra, cargada de imágenes diversas, las que captadas con distintos lentes, permiten variedad de opiniones. Ciudad fiel a los principios fundantes de las sociedades, guardiana de ritos y costumbres, provocadora de estímulos donde almacenar porvenires.
La ciudad tiene puertas por donde entran buscadores de llaves generosas para sellar su historia. Hombres y mujeres eligen amarla.
El damero original se extiende; abre sus brazos hacia los cuatro puntos cardinales. Paralelas o sesgadas, las calles se lanzan en busca de lejanías tragándose las savias y los cielos, hasta encontrarse con los límites.
La ciudad enfrenta los poderes que se suman, se asocian o se deslían, pero permanecen intactos con el correr de los años, ora, en armonía, ora en tensiones.
La ciudad lucha entre verdor y cemento, entre metas y renuncias, entre talas y siembras, entre símbolos y signos, entre el cenit y la hojarasca.
La ciudad se transforma con obras necesarias y aplaudidas; otras, restrictivas e irritantes.
La ciudad tiene sus lágrimas caídas como diluvio de tristeza por pérdidas que pudieran no haber sucedido o hechos que hieren la sensibilidad de cada uno de sus habitantes.
La ciudad tiene límites impuestos; la circundan rutas, cementos envolventes de territorios; la abrazan canales, cinturones líquidos, índices conciliadores de distancia, hebillas abiertas por donde transitan las rutinas.
La ciudad se protege en la naturaleza ebria de estaciones, se edifica entre ramas y muere en talas sinsentido. En ese andar de dicotomías nacen las aves que vuelan desprovistas de intereses, conviven con el aire y se escapan más allá de las fronteras, indagando el horizonte.
Los pájaros invitan a surcar el aire; trinan ignorando tabúes, muros, silencios solapados. Ignoran señales y planean sobre lo fundado, dejando marcas de libertad.
La ciudad es la simbiosis captada por cámaras ávidas de amalgamas, donde las fuerzas originales y las impuestas se combinan. La ciudad es esa, la del poder establecido o la que se exhibe con la sensibilidad natural de un lapacho que borracho de flores desordena el paisaje.
Es la ciudad que elegimos amar.
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Griselda Bonafede