Aquel Club de la infancia y la juventud ha cumplido cien años en mi pueblo. Toda una trayectoria de sueños, esfuerzos y alegrías compartidas. Motivada por el acontecimiento, la memoria florece en gratos recuerdos.
La cercanía frente a mi casa de la niñez y la senda (sin vereda aún) que me llevaba cada día a la escuela y a la plaza, hoy parecen ofrecerme, como ayer, la fragancia de sus verdes. La música de los bailes en verano sobre la pista me devuelven todavía la tibieza de los brazos del maestro que se llegaba del norte para bailar conmigo bajo la mirada atenta de mis padres, quienes llegarían a ser sus suegros.
Tercera Parte
El pic nic de Primavera
Cada 21 de septiembre celebrábamos el Día de la Primavera con un pic nic a la canasta. Recuerdo que una vez, como alumnos, fuimos hasta un campo cercano (podría ser el de la familia Seravalle); allí a la sombra disfrutamos de la comida que nuestras madres nos habían preparado. Como docente en la escuela vecina, cruzar la calle Dorrego y disfrutar de todas las ofertas que tenía el club era un hábito año tras año. Generosa fronda y la consecuente protección de rodajas de sombras refrescantes.
Los varones se hacían dueños de la cancha de fútbol y con o sin gorra, se dedicaban a competir detrás de una pelota. Sin guardapolvos, por supuesto. Las caídas y los roces, además de las corridas bajo el sol, se hacían notar fácilmente. Pero el compañerismo y el deporte compartido dejaban rastros del entusiasmo experimentado.
Las niñas, de juegos más reposados, utilizaban las hamacas o competían “a la mancha” en lugares que lucían algo de sombra. La hora del almuerzo llegaba con rigurosidad y todos abrían sus paquetes preparados en el hogar.
Regresábamos felices por haber compartido la jornada y por haber jugado sin reservas. La primavera había recibido su bienvenida.
Tenis al amanecer
Estudiábamos en distintas ciudades y el verano favorecía el reencuentro después de tantos años de escolaridad primaria compartida. El club estaba allí, al alcance de la mano y sus ofertas de juego nos seducían.
La pista no servía únicamente para los bailes; extendiendo la red reglamentaria y teniendo las paletas de madera, podíamos practicar tenis criollo. ¿A qué hora? ¿A la tarde, cuando el calor se hacía más intenso? No parecía seducirnos ese horario.
La decisión fue unánime y el verano nos vio amanecidos, sin rastros de sueño, entusiastas para la práctica. En realidad, las 6 de la mañana nos pareció una buena hora para encontrarnos. Hasta las 8, hora en que el sol comenzaba a ser implacable con su intensidad.
Y no éramos únicamente niños o adolescentes. Una entusiasta escolta era la Srta. Ana Visconti, farmacéutica, que atendía la farmacia de Ballari. Estela Ballari también nos acompañaba.
En una oportunidad, evoco que se planificó un torneo nocturno y mixto. El farmacéutico Enrique Fiameni era uno de los organizadores. Nos fue bien con el resultado; yo jugaba junto a Nenucho Visconti, pero olvidé quiénes fueron los contrincantes. Sí recuerdo que nuestro éxito fue rotundo.

El regreso al club
En varias circunstancias regresé al club. Llevé a mi hija Verónica y recorrimos “mis lugares”, aquellos que habían formado parte de mi infancia, adolescencia y juventud. Descubrir lo nuevo, valorar los esfuerzos y los logros, ocupó mi visión con orgullo y complacencia. También surgió la añoranza de aquello que ya no estaba o quedó sepultado por los cimientos del modernismo. Dualidad generalizada cuando vamos cumpliendo décadas y nos ponemos nostálgicos, sin desconocer que las mejoras y los emprendimientos indican progreso, comodidades, cumplimiento de sueños comunitarios y prueba palmaria de la acción de hombres y mujeres que se comprometen con la institución.
En circunstancia de producirse el hermanamiento con Italia, se celebró allí el almuerzo después de que disfrutáramos del acto protocolar en la Sociedad Italiana. Luego, cuando la Escuela tuvo la feliz iniciativa de convocar a exalumnos de las distintas promociones. Reencontrarnos con aquellos que cursaron el nivel primario con nosotros originó una emoción muy intensa, así como la concurrencia de aquellos que fueron nuestros alumnos y luego los vimos convertidos en hombres y mujeres de bien.
Seguramente, su primer centenario de vida servirá para rememorar y agradecer a aquellos pioneros de otra época. Será como un caleidoscopio, instrumento óptico que al mismo tiempo produce un efecto visual muy atractivo, compuesto por tres espejos enfrentados que forman un prisma triangular. Su resultado da lugar a una fascinante explosión de formas y colores, de magia, sorpresa, arte y ciencia. El pasado, el presente y el futuro estarán en estos tres espejos que servirán para evocar y agradecer primero, luego apreciar los logros del presente y posteriormente diseñar un futuro con más sueños cumplidos. Porque así será, efectivamente, conociendo la cepa de mi pueblo natal llamado Ataliva.