
Las nubes se arman gordas y atropelladas en la atmósfera del mediodía. El sol levanta la temperatura de este marzo cálido y escaso de lluvias y los patios de cemento son base óptima para el reverbero de los rayos. Hace mucho calor.
El tiempo escolar se reinicia en la mañana y la tarde bochornosa de marzo, libre de barbijos de esmerados cuidados, de distancias prudentes. Son las 13 y el himno es un canto que hermana las voces a pesar del agobio del aire. Como abuela, evocando otros atesorados tiempos, soy testigo de inicio de año lectivo, turno tarde.
Los docentes reproducen como cada año, el rutinario rito de dejar abierto el comienzo de clases, recibir a sus alumnos y entrar a trabajar.
La mayor atención se la llevan a los de 1° grado. Puñado de cabecitas en azarosas búsquedas de algún compañero de jardín o amigo del barrio, de familia… Esos hallazgos son tutores en ese primer momento de cambio de nivel, de edificio, de docente.

Cuando las manos de mamá, papá y abuelos se van alejando, el niño o la niña sigue con la mirada hasta no verlos, hasta que son solo una mano levantada. Por un momento la sonrisa se desdibuja, pero es un lapso, porque una mujer docente llega a cubrir la imagen que se pierde en la amplitud del patio. La sonrisa abierta los llama por su nombre y los recién llegados calman la emoción de sentirse solos, los reconforta; no son extraños para ella. Hay protección en su voz y en su mirada. Allí no hay diferencias. Son ellos con sus uniformes y sus estrenadas mochilas, las que por momentos se tornan indómitas.
Cuando el patio ha quedado demudado, las puertas se cierran y el aula es el espacio íntimo entre ellos y su Seño. El pequeño o la pequeña, ya la están queriendo; ya empieza a formar parte de sus pensamientos, de sus ideas, de sus tiempos y de sus planes. Debe agregar a los conocidos, la figura de ella, tan sonriente, tan sensible. Desde hoy la idiosincrasia de su voz, formará parte de las ya conocidas. A partir de ese día lo que ella diga y proponga será motivo de tener en cuenta.
Más adelante aparecerán otras, para clases diferentes: Plástica, Educación Física, etc., pero esa es su referente, la que será símbolo de las emociones vividas ese día. Por eso, es bueno que la docente o el docente de 1° grado permanezca todo el año con ellos,
El sociólogo español Fernández Enguita dice que la escuela es “Una olla de presión”, una olla a punto de explotar por cualquier lado. Múltiples emociones invaden a los chicos. Se sorprenden, se entusiasman, se atemorizan, se alegran, se cohíben, se enfadan… Todo puede ocurrir en pocos minutos, sin que los presentes lo noten. De ahí el concepto de olla de presión, pero es la presencia tangible de esa Seño que sonríe con todo su ser quien los contiene.
Ese ser humano que asumió el compromiso de enseñar, seguramente, también tiene algunos miedos, algunas dudas. Los mira para abarcarlos a todos y abarcarse a sí misma. No puede abrazarlos a todos juntos, pero lo hace con la mirada, porque ella también necesita de todos sus alumnos.
Apenas el aula se torna íntimo, las tensiones se disipan y los rostros comienzan a reconocerse parte de un lugar que los contendrá durante mucho tiempo, tal vez. Y la clase empieza. La primera clase del nivel primario ya está sellada. A partir de este momento nada se repetirá. Es una fotografía guardada en cada almita para toda la vida.
Cuando se vayan de la escuela primaria podrán recordar que un día de marzo bochornoso, una docente amorosa los llamó por su nombre y los abrazó con la mirada.
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Griselda Bonafede