¡AYUDA!¡AYUDAAA! Escucho desde la televisión. Es la realidad de miles de personas honestas y trabajadoras que salen muy temprano para cumplir con su empleo y son atacadas en la soledad de una puerta o una vereda. Escucho esos gritos, esos alaridos como fruto de la desesperación, la seguridad de que nada puede hacer una mujer frente a la fuerza bruta emanada de un hombre que, además, lleva explícita la intención de agredir sin límites y apoderarse de todo o de lo que pueda.
“Lo tuyo es mío”, es la consigna. “Yo necesito y los demás deben dármelo, no me importa si hago daño físico”. ¿Cuáles han sido las causales, las motivaciones para encarar la delincuencia como norma habitual de vida? Indudablemente, son los psicólogos los habilitados para dilucidar el camino transcurrido y la consecuente caída en el delito cotidiano.
Desamor, desamparo, malos tratos, soledad, indigencia… una larga enumeración de motivaciones subyacen en el prontuario de quien delinque. “Quien roba, roba amor”, nos decía una antigua profesora en la querida Escuela Normal. ¿Podríamos afirmar lo mismo en esta época, cuando además de robar lastiman, destruyen y matan sin razón, sin perdonar edades ni sexo de los damnificados?
Con cárceles donde el hacinamiento es infernal, la rehabilitación resulta un mero formulismo; la llamada “puerta giratoria”: cruda realidad porque entran por una puerta y salen por otra; el rango político con influencia en el tiempo de encarcelamiento y las drogas que hicieron su aparición para quedarse, todos orígenes y fundamentos que nos ubican en la lamentable realidad del presente.
Dichosos y ricos hemos sido quienes disfrutamos de la libertad para reunirnos en la calle y jugar; para ir solos la escuela, sin tener que mirar hacia ambos costados en busca del agresor. Para dormir con las amplias ventanas abiertas y recibir toda la frescura de la noche donde se calmaba el agobio del verano.
Jamás pensábamos que nuestros hijos y nietos tuvieran que conocer otra realidad diametralmente opuesta a la que nos regaló placer, seguridad, recreación, haciéndonos vivir años de felicidad, protegidos por familias dignas, donde aprendimos los valores del trabajo, el estudio, la honestidad y el respeto por nuestros semejantes, sin excepción.
Apreciamos infinitamente ese invalorable caudal de riqueza inmaterial que adorna nuestros recuerdos y establece la biografía simple y a la vez extraordinaria que nos enfoca, claramente, como habitantes del otro milenio. En realidad, la convivencia en paz es un proceso necesario pero difícil. ¿Y cómo lograrla? ¿Será una utopía? En manos de nuestros gobernantes están la educación, la seguridad, el trabajo, la salud, la economía para que en los hogares argentinos se satisfagan las necesidades básicas.
Decía Walt Diney: “Todos nuestros sueños se pueden hacer realidad si tenemos el coraje suficiente para perseguirlos”. Coraje, decisión, planificación y responsabilidad de nuestros sucesivos gobernantes. ¿Será una utopía?