Friedrich Nietzsche: Ciencia y Cultura sobre arenas movedizas

(Por: Daniela Spano) – «Vallejo escribiendo de la soledad mientras se muere de hambre hasta la muerte; // la oreja de Van Gogh rechazada por una puta; // Rimbaud huyendo al África en busca de riquezas y hallando un incurable caso de sífilis; //Beethoven por siempre sordo; / Pound arrastrado a través de las calles en una jaula; // Chaterton bebiéndose el veneno para las ratas; //el cerebro de Hemingway que chorrea y cae dentro de un vaso con jugo de naranjas; //Pascal abriéndose las venas en la bañera; //Artaud encerrado en el manicomio;// Dostoievsky empujado hacia el muro // Lorca fusilado al borde del camino por la guardia civil española: Eso es lo que quieren: un maldito show /una cartelera de neón encendida en medio del infierno. Eso es lo que quieren, /ese montón de aburridos inarticulados protegidos, monótonos amantes de los carnavales»1
La sociedad entera parece vivenciar con placer paranoico, el peligro, el genocidio cultural, el rechazo, la intolerancia, la alienación, como parte del orden moral de esa sociedad contaminada ya con ideas de racismo, sexismo y de odio, que predispone a cualquier forma de exclusión. En este contexto, las palabras de Nietzsche, escritas hace más de cien años, parecen cobrar especial relevancia, y nos llevan a pensar si la cultura no es un artificio más del hombre para sentirse seguro en un mundo, en el que a pesar de la razón, se precipitan signos propios de la barbarie. ¿Acaso no es lo particular y específico del hombre vivir en la creación, en el otorgar sentido y en la actividad expresiva del lenguaje?

Friedrich Nietzsche, a través de “Sobre Verdad y Mentira en sentido Extramoral y la Gaya Ciencia”, intenta mostrar cómo el edificio de la ciencia se alza sobre la arena movediza del origen ilógico del lenguaje que le sirve como vehículo para expresar sus “verdades”. Según este autor vivimos pensando bajo la influencia de los efectos de lo ilógico. Nos encontramos profundamente sumergidos en ilusiones y ensueños; nuestra mirada se desliza sobre la superficie de las cosas y percibimos “formas”, en ningún caso nos acercamos a la verdad. Entre dos esferas totalmente distintas como lo son el sujeto y el objeto no existe ninguna expresión adecuada, sino una conducta estética, un extrapolar alusivo, un traducir balbuciente a un lenguaje completamente extraño. La esencia de las cosas no se manifiesta en el mundo empírico. Es esa fuerza mediadora la que nos permite poetizar e inventar. “…conocer es simplemente trabajar con la metáfora favorita de uno… la construcción de metáforas es el instinto fundamental del hombre.”

Con la metáfora del edificio de la ciencia sobre la arena movediza de lo ilógico, Nietzsche intenta echar por tierra razones últimas, certezas, dogmas, valores, que constituían el fundamento de la realidad y del conocimiento. Aborda el problema de la verdad estableciendo una conexión con el lenguaje. Muestra su carácter metafórico y su enmascaramiento de la verdad; ésta surge del tratado de paz que los hombres consideran necesario para constituir una sociedad. En ese mismo momento se fija lo que ha de ser “verdad”; “…se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válidas y obligatorias.” Se establecen los cánones de lo verdadero y de lo falso, pero lo cierto es que estos cánones también surgen en el seno de una convención: el lenguaje. Por lo tanto “el poder legislativo del lenguaje proporciona las primeras leyes de verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira.”

Lo verdadero y lo falso se fijan en el marco de las normas lingüísticas. De esta manera Nietzsche muestra el carácter doblemente convencional de la verdad. Verdad que en su génesis conlleva la mentira y el error, por ser precisamente una metáfora nacida del lenguaje que a su vez es incapaz de “apresar” la esencia de las cosas. Si la palabra queda definida por su carácter doblemente metafórico; es la copia en sonidos de una impresión sensible: un impulso nervioso se extrapola en una imagen, primera metáfora, y esa imagen se transforma en un sonido: segunda metáfora; en consecuencia el lenguaje es en esencia metafórico. La palabra no designa la cosa, no expresa la realidad: “…se limita a designar las relaciones de las cosas con respecto a los hombres y para expresarlas apela a las metáforas más audaces.” Pero en esta relación no se aprehende la esencia de las cosas, ella es fruto de la necesidad de humanizar el mundo, de interpretarlo desde una visión humana.

Sin embargo el hombre tejió una complicada red de conceptos con los cuales creyó alcanzar la verdad; los creyó universales y necesarios, y los opuso al mundo primitivo de las intuiciones con la intención de configurar un mundo más humano, más regular y más lógico. Para Nietzsche, los conceptos se han formado dejando de lado lo individual, lo real, olvidándose que derivan de una metáfora, e incluso que ellos mismos son metáforas olvidadas. Por lo tanto no son más que ficción, engaño, ilusión, por haber nacido como olvido pero también porque tiene como base a la metáfora. En la Gaya Ciencia, Nietzsche dice que sólo basta inventar nuevos nombres para crear nuevas cosas.

Para crear el “mundo verdadero” el hombre debió inventar primero la verdad, él mismo debió concebirse como un ser sencillo, transparente, sin contradicciones. Junto a ese mundo verdadero creó el “mundo aparente” y se vio en la obligación de falsear no sólo al mundo sino a sí mismo. Transportó erróneamente las categorías de la razón a la realidad, olvidando que sólo se trataba de ficciones que habían servido para hacer soportable el mundo.

La instauración de ese “mundo verdadero”, establece la oposición realidad-apariencia, que bajo la perspectiva de Nietzsche quedará anulada al fragmentar la noción de verdad y al tomar a la vida toda como apariencia.

Nietzsche se coloca fuera del paradigma de la racionalidad, violenta la lógica, instaura dicotomías no excluyentes. De ahí que el “mundo verdadero” sea para él, el resultado de un largo error: el hombre necesitó encontrar razones a la existencia, mitigar la angustia ante el caos, y para no sufrir se vio en la necesidad de inventar un mundo “más humano” y “sin contradicciones.” Las ficciones pasaron a constituirse en las verdades más profundas. Pero esta búsqueda incansable de lo imperecedero, de la no contradicción fue para Nietzsche una oposición a la vida, a tal punto que definió a la verdad como un principio destructor que acaba con la voluntad de vivir.

El hombre vive con cierta calma y seguridad, “gracias a que se olvida de sí mismo como sujeto creador, y por cierto como sujeto artísticamente creador; pero si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los muros de esa creencia que lo tiene prisionero, se terminaría en el acto la conciencia de sí mismo.” Cuando el hombre vive de manera inconsciente su papel de creador, cree que el lenguaje y los conceptos que arma, dicen el mundo verdadero, y cree en su yo como el origen de todos sus pensamientos. Sin embargo si fuese conciente de que es interpretado y pensado por el propio lenguaje cuya esencia es metafórica, perdería toda sustancialidad, transformándose en ficción, sin unidad, sin identidad.

Imaginación
Si bien el autor que nos ocupa señala que las verdades son ficciones útiles para la autoconservación de la especie, el mismo principio de conservación es una ficción más. En la “Gaya Ciencia”, afirma con claridad: “no poseemos órgano alguno para el conocimiento, para la verdad; sólo sabemos o creemos saber lo que conviene que sepamos en interés del rebaño humano, y hasta lo que llamamos en este caso utilidad no es más que una creencia, un juego de la imaginación o tal vez esa necedad funesta que algún día hará que perezcamos.”

Para Nietzsche algo es verdadero no porque sea útil, sino porque creemos en su utilidad. Reconocemos a algo como “verdadero” por la creencia, por la fe en ello, por el grado de antigüedad que lo convirtió en condición vital. La creencia es una instancia fundamental que está en la base de toda perspectiva.

No olvidemos que para Nietzsche el conocimiento parte del error de creer que existe una verdad exterior al sujeto que puede ser revelada, por eso le opone la interpretación como posibilidad de crear nuevas formas de ver el mundo sin estar supeditados a la verdad. Así, el mundo ya no aparece como objeto de conocimiento sino como objeto de creencia. La verdad se fragmenta en perspectivas; no existe una “verdad absoluta”sino una pluralidad de perspectivas sobre las cosas. Se destruye el mundo de las esencias; la “esencia, pasa a ser una opinión sobre la cosa, una atribución de sentido.”

Las cosas son lo que son para mí; no poseen una naturaleza independiente de aquél que las concibe; la realidad se reduce exactamente a esta acción y reacción particulares de cada individuo respecto al conjunto. Ya no nos es necesario seguir ciegamente las ideas creadas por los doctrinarios del fin de la existencia que configuraron el mundo verdadero tratando de instaurar la racionalidad a toda costa.

Ante nosotros, dice Nietzsche, camina un ideal particularmente seductor, lleno de riesgos. El ideal de un espíritu que de manera ingenua y en virtud de un poder exuberante, se burla de todos los criterios que hasta ahora fueron las cosas supremas de la humanidad, y que en realidad no fueron más que peligro, decadencia, rebajamiento y ceguera que nos llevaron al olvido de nosotros mismos.

Hay que liberar al hombre de todos los valores falsos devolviéndole el derecho a la vida y a la existencia. En ella es donde esos valores tradicionales pierden su poder, tal como lo expresa Nietzsche en su ineludible proclamación “Dios ha muerto”. El libre pensador debe olvidar los viejos conceptos y la moral que justifican la decadencia personal. La razón que parece ennoblecer al hombre con el tiempo se vuelve vulgar y necesita de ese grado de locura que la regenere. No es la locura la contrapartida de la razón, sino la creencia de que tenemos la verdad. Creencia que inspira aversión y frena el ritmo de los procesos espirituales; impacienta a los poetas y artistas en quienes irrumpe esa ansia de locura. Solo estos pueden ponerle ritmos a las palabras, renovarlas y pintar los pensamientos con nuevos colores. Por tal motivo Nietzsche exhorta a que la nueva filosofía se inspire en la poesía; porque es a través de la cadencia rítmica de las palabras como pueden despertarse las pasiones.

En nuestra pasión por conocer se ocultan el héroe y el bufón, descubrirlos nos permitirá gozar de la sabiduría y despertar nuestro instinto creador. Instinto que nos permite mantenernos por encima de las cosas y de la moral instaurada por los héroes. Necesitamos de la tragedia y la comedia. La risa y la alegría no le quitan sensatez a nuestros pensamientos, por el contrario reírse, lamentarse y maldecir son impulsos necesarios para contrarrestar la continua reaparición de esos eternos fundadores de morales y religiones: los héroes.

Es necesario encontrarle un sentido a la vida, no debemos seguir pensando simplemente en la satisfacción de necesidades vitales. Es hora de acabar con el mito positivista de la ciencia que sólo pensaba en brindarles bienestar a las personas. La nueva filosofía debe instaurar un nuevo pensamiento: la cantidad de placer debe estar en proporción directa a la cantidad de displacer.
Para aniquilar la “realidad” no basta denunciar, es necesario crear, y para ello es propicio abolir ese mundo ilusorio y falso que ha ignorado lo vital. Nietzsche reclama el triunfo de los ideales dionisíacos mediante la utilización metafórica del lenguaje como expresión de la voluntad de poder. Claro que también es consciente que será necesaria una salud más vigorosa y tenaz. El dionisíaco en tránsito hacia la obra de arte vital, será el que vive en constante riesgo ante el carácter meloso y blando del sospechoso intelectual que confirma el estado de las cosas, o lo que es lo mismo el Poder, con sus teorías cobardes.

Es indudable que la teoría de Nietzsche revaloriza la capacidad creadora de la especie humana. En este sentido son una aportación invalorable al estudio del lenguaje y a la creación artística. Ambos productos de la actividad humana.

La particular mirada de Nietzsche sobre el lenguaje termina fragmentando la noción de verdad haciéndole perder el sentido, e introduce la idea del perspectivismo que le permite al hombre y al mundo recuperar su multiplicidad, su contradicción, su sin sentido, su falta de fundamento. Ruptura que admite al hombre y al artista en particular traspasar los límites impuestos por la forma literal del lenguaje, a través de la construcción de metáforas que llevan en sí una nueva visión, una nueva organización del universo, aclarando que lo realmente nuevo son las asociaciones que permiten ese nuevo orden.

Lo que puede ser pensado debe ser ciertamente una ficción, por eso la apariencia, la ilusión y la ficción no han de ser censurada, sino que deben permitir inventar irrealidades. La ficción se convierte en una matriz generadora de sentidos susceptible de infinitas interpretaciones. Con ella Nietzsche nos propone un nuevo tipo de razón que penetre en la zona de la irracionalidad del ser humano. Se trata de una razón narrativa, más compleja y delicada, que pueda referirse a la complejidad de lo humano y a sus posibilidades de experimentar la realidad. En contraposición al arte subordinado al logos, propone el triunfo de los ideales dionisíacos, mediante la utilización metafórica del lenguaje como expresión de la voluntad de poder, es decir, propone que el artista no reprima sus pasiones, o lo que es lo mismo lo vital. Esta libertad de la que habla Nietzsche, no puede sorprendernos si tenemos presente que en la historia muchos creadores la han buscado en el opio o la embriaguez.

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