Que no se apague la llama

Néstor Abatidaga, uno de los impulsores del cuerpo de Bomberos, junto a la estatua que los homenajea.Los cuarenta años del cuartel de los Bomberos Voluntarios, celebrados el viernes, marcan un hito. Detenerse y mirar hacia atrás permite ver cuánto se ha crecido en tan poco tiempo, edilicia y humanamente. La vocación sigue intacta y las nuevas camadas posibilitan vislumbrar un futuro promisorio el cual deberá estar acompañado por los gobiernes provincial y nacional.

La imagen de un bombero con un niño en sus brazos, rescatándolo, da la bienvenida desde el viernes a quienes ingresan al cuerpo de Bomberos Voluntarios desde la zona del jardín. En ella se reflejan las virtudes que hacen que un bombero sea una persona especial: sacrificio, valor y abnegación, como dice su marcha.

Es que la vida de ellos está marcada por esas consignas y no sólo cuando de intervenir en un siniestro se trata. Hay también mucho de eso en el día a día, en las actividades que deben realizar para mantener el cuartel, en las postergaciones que suman desde el gobierno provincial o nacional, que cuando cumplen con la ley lo hacen disfrazándose de mecenas.

En la noche del viernes hubo camadería y orgullo, en las palabras que se dijeron, en la forma de lucir los trajes de los miembros del cuerpo activo, en la formación de los cadetes y aspirantes, algunos con uniformes varios talles más grandes que la preciso. Su presencia es signo inequívoco de que la intistución tendrá capital humano para afrontar futuras renovaciones. El desafío, entonces, pasará por garantizar los elementos para que puedan cumplir con aquello a lo cual decidieron dedicarse.

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