“Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis. / Si con ansia sin igual / solicitáis su desdén, / ¿por qué queréis que obren bien / si las incitáis al mal? (…)”.
“Dan vuestras amantes penas / a sus libertades alas y después de hacerlas malas / las queréis hallar muy buenas. / ¿Cuál mayor culpa ha tenido / en una pasión errada: la que cae de rogada / o el que ruega de caído? / ¿O cuál es más de culpar, / aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga / o el que paga por pecar? (…)” (De la Cruz Sor Juana. 1680).
Que en el siglo XVII una mujer se atreviera a escribir estos versos reclamantes de igualdad con los hombres, casi no puede creerse, sin embargo, siempre existen las excepciones cuando están destinadas a ser historias y dejar legados.
Sor Juana Inés de la Cruz (¿1648? – 1695), religiosa de la Orden de San Jerónimo y destacada escritora, nació en la ciudad de México cuando aún América se encontraba bajo el yugo de los virreinatos españoles.
Sor Juana tenía una familia: padre y madre, pero como estos no estaban unidos por las órdenes eclesiásticas, era considerada “hija de la iglesia”, sinónimo de hija ilegítima. A muy temprana edad aprendió a leer y a escribir y se inclinó por cultivar la lírica, el auto sacramental y el teatro, así como la prosa.
Su brillantez le permitió tener la protección de los virreyes. En ese ámbito tuvo acceso a lecturas, encuentros y tertulias con egresados o profesores de la Real y Pontificia Universidad de México. Juana escribía por encargo, por gusto; escribía textos sacros y mundanos; reclamaba, argumentaba y discutía a través de ellos.
Era una privilegiada en ese aspecto y cuidaba el espacio conseguido, no obstante, no pudo eludir el mandato de la iglesia, el que imponía a la mujer: matrimonio o claustro religioso. El padre Núñez de Miranda, confesor de los virreyes, al saber que la jovencita no deseaba casarse, le impuso entrar en una orden religiosa. Ese fue su destino. Sin opción.
Inteligente, sagaz y dueña de un sano equilibrio estaba lejos de ser una mujer sumisa, aun con su hábito de monja. Entre 1690 y 1691 se vio involucrada en una disputa teológica a raíz de una crítica privada que realizó sobre un sermón de un predicador jesuita. Le recomendaron que se dedicara a “lo suyo”, pero Juana, aprovechó para reclamar derechos de la mujer, sobre todo el derecho a la educación.
¿Por qué Juana dejó de escribir? Unos dicen que decidió dedicar su vida a una entrega mística a Jesucristo, pero otros aseguran que hubo una conspiración misógina tramada en su contra, tras la cual fue condenada a dejar de escribir y se le obligó a cumplir lo que las autoridades eclesiásticas consideraban apropiadas para una monja. Sin miedo a equivocarme, me inclino por lo último. ¿Quién podía aceptar que una mujer monja reclamara lo que puede leerse en los primeros versos?
Han pasado siglos; la mujer ganó espacios, derechos; se rebeló al estado de sumisión, se posicionó en peldaños desde donde lanzarse, demostró que no es la fuerza física la procuradora del éxito, sin embargo, subyace en algunas pieles el misógino deseo de someter, de poner en los pies de su arrogancia, la entrega obediente de una mujer.
Ya no. Por todas las Sor Juana Inés de la Cruz. Ya no.
___
Griselda Bonafede