100 años de Independiente de Ataliva: Nuestros recuerdos son nuestra riqueza (Parte I)

Aquel Club de la infancia y la juventud ha cumplido cien años en mi pueblo. Toda una trayectoria de sueños, esfuerzos y alegrías compartidas. Motivada por el acontecimiento, la memoria florece en gratos recuerdos.

La cercanía frente a mi casa de la niñez y la senda (sin vereda aún) que me llevaba cada día a la escuela y a la plaza, hoy parecen ofrecerme, como ayer, la fragancia de sus verdes. La música de los bailes en verano sobre la pista me devuelven todavía la tibieza de los brazos del maestro que se llegaba del norte para bailar conmigo bajo la mirada atenta de mis padres, quienes llegarían a ser sus suegros.

Primera Parte

100 Años del club Independiente

Un cumpleaños se festeja porque se celebra la vida. Alguien o algo nació en un determinado día que quedará marcado en el almanaque como constancia del tiempo, ejecutor de etapas. Ciclos sumativos donde se engarzan acontecimientos cotidianos y otros trascendentes que merecen un alto en el camino para evocar, reconocer, apreciar y estimar el valor y la importancia de lo acontecido.

El Club de un pueblo es símbolo de deportes pero además, de innumerables esfuerzos, acontecimientos y armonía en el hacer. Sin esa armonía fértil que articula proyectos y ejecuciones sería dificultoso el crecimiento y los beneficios como consecuencia lógica de un trabajo que lleva cien años de trascendencia. Así consta en los libros de actas elaboradas por quienes dirigieron los destinos del Club Independiente de Ataliva, mi pueblo natal.

Quienes hemos sido testigos de ese crecimiento durante décadas dejamos constancia hoy para que los habitantes del futuro puedan abrevar en las páginas del presente e informarse de cada esfuerzo, cada logro después de los sueños aquilatados por hombres y mujeres atalivenses. Una pléyade de habitantes comprometidos fueron tejiendo la urdimbre de las conquistas y cada miembro de las sucesivas comisiones directivas, además de los socios colaboradores como participantes indirectos, diseñaron y erigieron los muros originales y las dependencias sumativas que admiramos en la actualidad.

Portada del Club Independiente de Ataliva (Foto: Libro de los 125 años de Ataliva).

La cercanía del club

La cercanía del club creó la convivencia con un cúmulo de actividades que se fueron incorporando año tras año. Me tocó nacer y vivir hasta los doce abriles en la esquina de Hernández y Sarmiento, lugar donde mi infancia transcurrió feliz y tranquila, al amparo de una familia, la proximidad de la escuela primaria y lo que llamábamos “la cancha”, porque ese espacio era el más frecuentado, así como el escenario de las prácticas y disputas del fútbol.

Desde mi casa fuimos testigos de los principales acontecimientos. Inolvidable fue el vendaval que echó por tierra el grueso tapial de la cancha hacia el sur. Quienes estaban despiertos recordaban como oyentes; los niños de la casa nos encontramos con tan lamentable evidencia cuando abandonamos la cama matinal. ¡Tanto esfuerzo derrotado por la fuerza de la naturaleza! Igual suerte sufrió el techo de la Escuela N° 375 “Justo J. de Urquiza”, durante la misma noche nefasta. Terminé el segundo grado en la Parroquia y el tercero en el garaje de lo que había sido el hotel de la familia Gotta. Mi hermano concluyó 6° grado en el hall de la Sociedad Italiana.

La misma cercanía nos permitió disfrutar de los encuentros bailables, ya que no había impedimentos para la visual. Extendían sí una larga cortina confeccionada con bolsas hacia la calle Sarmiento para evitar la pretensión de los curiosos en las noches veraniegas de orquestas y bailarines. Las bolsas también habían sido usadas en la cancha antes del ambicionado tapial.

Quiénes pasaron por el escenario

El escenario, ubicado en el primer piso del edificio, lució con grandes intérpretes de la canción y de la música. La memoria es generosa pero los años pasaron y se pierden en la nebulosa del tiempo algunos nombres de artistas famosos.

Rosanna Falasca, siendo casi una niña, acompañada por su padre. La prensa dijo de ella: “La bella estrella fugaz que iluminó el tango. Su talento se desvaneció en plena gloria”, refiriéndose a su muerte temprana. “Su historia fue breve y sencilla; quizá con ciertos elementos que recuerdan la fábula de la Cenicienta, porque bella, joven y talentosa llegó a la siempre difícil Buenos Aires y se ganó rápidamente el respeto popular”. Recuerdo con fidelidad la presencia y actuación de Alberto Castillo, el mismo que escuchábamos a través de las radios de Buenos Aires y vimos en algunas películas del cine nacional. Evoco allá en la altura del escenario, la presencia de la “Orquesta de señoritas”, algo inusual y llamativo.

Por supuesto, muchos conjuntos de la zona que exhibían su dominio de los instrumentos y mostraban en público las bondades de sus voces. Era la época de las jóvenes que asistían con una madre o una persona mayor para cuidarlas; también la época del “cabeceo”, cuando el bailarín desde la distancia y con un movimiento de cabeza invitaba a la pretendida bailarina con anterioridad, para no cruzar la pista y encontrarse después con una respuesta desfavorable.

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Chela de Lamberti

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