Día del Mutualismo ¿Sociedades más Solidarias?

(Por: Partido Socialista) – Paradójicamente, todavía se nos quiere hacer creer que conceptos como solidaridad y reciprocidad son meras curiosidades antropológicas de comunidades arcaicas o periféricas al mundo globalizado financieramente y por ende, que sólo el mercado (con sus intercambios desiguales y su acumulación excesiva que provoca injusticias y exclusiones) es el proyecto de organización social y económica superior.

Se olvida que ese mercado sin formas internas de solidaridad y confianza reciproca, no pudo, no puede ni podrá cumplir cabal y plenamente su propia función socioeconómica en cuanto tal.

En efecto, la ceguera incita en prácticas neoliberales económicas a ultranza e inhumanas no solo excluyó del mercado a muchos sectores populares, a los segmentos más vulnerables de las sociedades de América Latina y El Caribe, sino que están indefectiblemente siempre detrás de cada crisis mundial, de cada recesión global con sus lógicas perversas por caso, de salvar bancos antes que personas postergando sine die los Objetivos Humanos y Naturales de todos los Milenios.

Releyendo a Aristóteles en su “Ética a Nicomaco”, la reciprocidad es el principio que fundamenta valores sociales tan importantes para la sociedad como la justicia, la responsabilidad y la fraternidad. En consecuencia, en el núcleo del pensamiento occidental, este concepto de reciprocidad está vivo y paralelo a como latía y late en otras culturas y civilizaciones consideradas “primitivas”. La contradicción dialéctica entre individualismo y colectivismo en la cual en el primer caso predomina el egoísmo excluyente del individuo y, en el segundo, se pretende disolver todo lo personal en lo colectivo, debe superarse por un equilibrio abierto que integre en sociedades más cooperativas desde la libertad, la voluntad, el esfuerzo propio, la solidaridad y la complementariedad pero, respetando la autonomía diferencial de sus miembros.

Sólo así se podría visualizar una oportunidad para lograr aún en medio de las ruinas de los viejos mitos posesivos del bienestar, la existencia de sociedades más solidarias que propendan a un equilibrio abierto y dinámico, construido y reconstruido por las acciones creadoras de todas y cada uno de los elementos personales que la constituyen, en una galaxia de quehaceres que se influyen y ajustan mutuamente tendiendo a una unidad de vidas personales que reflexionando sobre sus valores los encarnan en virtudes cotidianamente palpitantes, si bien en constante mutación y nunca igual pero siempre fiel a una reciprocidad humana esencial, imprescindible e impostergable.

Estos valores y principios han servido y pueden servir para vertebrar sociedades políticamente equilibradas, más solidarias desde sus microorganizaciones y pymes para la economía de la producción y de los servicios solidarios civiles, des mercantilizados.

Nuevas sociedades más solidarias implican consensuar y mancomunadamente producir valores éticos que sólo pueden provenir de nuevos sistemas sociales y políticos basados en fraternas estructuras de reciprocidad.

En ellas la justicia, la solidaridad, la equidad, la confianza, la lealtad, la responsabilidad, etc., no son impuestos por ninguna norma imperativa religiosa, ideológica o tradicional, y menos aún por la coacción, sino que proceden del sistema económico de reciprocidad que humanamente reclama y clama ésta infraterna hora actual. Sin dudas ayudará y mucho a nuestros propósitos recordar siempre experiencias muy aleccionadoras como cuando en algunos barrios muy populares de Santiago de Chile tras el brutal golpe de Estado de Pinochet con sus prácticas de la economía neoliberal, excluyó del mercado sin miramientos a demasiados sectores populares los que debieron autoorganizarse para sobrevivir en la economía informal mediante organizaciones comunales las que pese a no estar integradas en los servicios de la seguridad social, daban la satisfacción de que las voces de sus miembros eran oídas y que cada uno, personalmente, podía contribuir a decidir sobre la marcha de su organización solidaria a punto tal de que en el caso chileno conforme una encuesta que se realizó en aquellos fatídicos finales de los años 70´ se verificó que, ante la alternativa de poder ingresar o retornar a empresas formales como asalariados, la mayoría prefería mantenerse en sus empresas informales autogestionadas y solidarias por haber recobrado en ellas la dignidad de personas.

Preconclusivamente, la idea es también que una estabilidad institucional se fortalece por el equilibrio compuesto de las autonomías de todos los elementos que componen el conjunto y por la acción sinérgica que les hace crecer al mismo tiempo desde la cohesión social y desde la reciprocidad de las relaciones interpersonales autogestionadas.

La reciprocidad como origen de los valores sociales es clave en las mejores formas de integración generando conductas de equidad y consideración. Uno de esos valores centrales es la solidaridad y precisamente por eso, tenía que eliminarse el peligro que suponía para la misma, el lucro a expensas del bien común socialmente fraterno todo lo que pudo lograrse mediante auténticas mutuales y genuinas cooperativas.

Finalmente y respecto de esto último, Argentina está empeñada en algo similar y auspicioso que si bien exhibe algunas prácticas distorsivas con zonas grises, las mismas debieran depurarse, cohesionarse, fortalecerse institucionalmente, empoderarse educativa y axiológicamente, promoverse, fomentarse contundentemente y expandirlas precisamente a todos los sectores y/o asentamientos todavía empobrecidos, marginados y excluidos para conquistar mediante nuevas acciones comunales locales y regionales más solidarias el tan ansiado y merecido desarrollo humano, rescatado y reivindicando la dimensión comunitaria de recurrentes sometimientos individualistas especulativos.

Así entonces, esta efeméride mutual se nos presenta como una nueva oportunidad e invitación a solidarizar nuestra sociedad, algo que nadie y nunca más debe truncar.

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