Recuerdos y más recuerdos, la historia del clan Audero – Capítulo 11

En 1978 le correspondió a nuestro país, Argentina, organizar el Décimo Primer Campeonato Mundial de Fútbol, el cual conseguimos ganar.

El último partido se jugó en cancha de River, contra la poderosa Naranja Mecánica, Holanda, donde nuestra selección venció en tiempo suplementario, por 3 goles contra 1. Dos de los goles, los convirtió el gran Matador, Mario Alberto Kempes, y el otro Daniel Bertoni.

Esa tarde fue todo alegría, felicidad, risas y lágrimas. Se sintió esa euforia más de una semana. Todos los argentinos parecíamos uno solo, compañeros y amigos unidos.

Pasado ese gran momento, se volvió a la normalidad. Ya a nadie le importaban los otros, como si nos conociéramos.

Mientras tanto, en ese año 1978, seguíamos trabajando intensamente. Nos dimos el enorme lujo de poder comprar por primera vez, un auto nuevo cero kilómetro marca Renault, para cada uno de los hermanos. Nuevamente, y siempre en broma, hubieron algunos comentarios por parte de la gente.

En 1980 comienza un año triste, oscuro y negro. La muerte de nuestra santa madre, mamá Antonia Petronila, ocurrió el 8 de octubre, a la edad de 78 años.

Creo que no sufrió nada. Se descompuso aproximadamente a la hora 11, y la internamos rápidamente en la clínica del Dr. Peteno Ingaramo situada en calle Pellegrini.

Murió a la hora 20.30 del mismo día. Nos dijo el doctor que fue a causa de lo que hoy en día recibe el nombre de ACV. Nuevamente, Delio pidió, como a papá, velarla en su casa.

Seguíamos y seguíamos, con el negocio muy bien funcionando, siempre con lucha y sacrificio, privándonos de tantas cosas, por ejemplo, vacaciones, viajar, conocer nuestro hermoso país y a la naturaleza que nos dio, para disfrutarla y vivirla.

Tal vez nos hemos equivocado, pero nuestro negocio fue netamente familiar, donde no éramos ni grandes ni chicos, y no podíamos darnos tantos lujos.

Corría el año 1986, y ya casi todos nuestros hijos se habían casado, faltando únicamente Marina, con Diego. Fueron naciendo nietos y más nietos. Era todo alegría y felicidad, que nos seguía dando ánimo y amor al trabajo.

Nos volvimos este año a dar el lujo de cambiar, ya por última vez, los tres autos, lógicamente por otros tres autos cero kilómetro, siempre marca Renault.

La Argentina gana su segundo Campeonato Mundial de Fútbol, jugado en México. La victoria final fue contra Alemania, por 3 goles contra 2.

Íbamos ganando 2 a 0, los mismos conquistados por el Tata Brown, y Valdano. Faltando 15 minutos los alemanes nos empataron, pero ya casi al final, en una gran jugada de varios pases, recibió la pelota Jorge Burruchaga, y convirtió el tercer y último gol del partido, ganando por ende el campeonato.

Se desató nuevamente la locura y la euforia de todo nuestro país, como había sucedido en el primer torneo ganado aquí en Argentina.

Hacía ya tres años que nosotros los argentinos vivíamos con la tan esperada democracia, ya que en 1983, los militares se habían retirado, convocando a las elecciones que fueron ganadas por el Dr. Raúl Alfonsín, perteneciente al partido Radical.

Pero pasó lo de siempre. Los partidos políticos contrarios, en vez de apoyar y aceptar las ideas del nuevo Presidente, le hacían la vida imposible, realizando paros, huelgas, y más huelgas. Todos estos desmanes, no hacían otra cosa que producir inflaciones, hasta llegar a la famosa «Híper Inflación», que fue mortal para los que teníamos pequeños negocios.

Un dicho del Dr. Alfonsín era: «Ya vamos a arrancar». Lamentablemente, nunca dejaron que esto suceda. Los partidos políticos contrarios, los sindicatos y demás, le ponían palos en las ruedas para que su mandato no continuara. Fue así que lo entregó varios meses antes, para evitar posibles golpes de Estado, cosa por la que ya había pasado a la mitad de su mandato, encabezado por el militar Rico, y compañía.

A las elecciones ya las había ganado el riojano Dr. Carlos Saúl Menem. Yo veía que el Turco era muy astuto. Manejaba muy bien a los sindicatos, que jamás le hicieron un paro. Su dicho era: «Síganme, que no los voy a defraudar». Luego de su mandato, ganó también las elecciones siguientes, pasando a ser Presidente nuevamente, pero esta vez por cuatro años. Les voy a ser sincero, en esta segunda vez yo lo voté.

Mientras iban pasando los años, nosotros notábamos que nuestro negocio se venía abajo, debido a la gran competencia. Ya no éramos tres soderías como al principio. Se habían instalado más de quince soderías.

Aparte de eso, aparecieron los envases descartables, por lo que cualquier negocio vendía soda o agua de mesa de distintas marcas, que se las compraban a los grandes mayoristas, cosa con la cual nos resultó imposible de competir.

La gente dejaba de consumir soda en sifones, y perdimos por tal motivo, más de la mitad de los clientes que sabíamos tener. Pero eso no fue todo. El golpe final, donde nos rompieron el negocio, comenzó en los años 1995, 1996 y 1997, cuando las empresas líderes, estoy hablando de Cervecería Quilmes y Coca Cola, de las cuales éramos concesionarios únicos en Sunchales, decidieron hacer cambios, reestructurar a nivel país su sistema de venta.

Cada 100 kilómetros, nombraron un mega mayorista. Cuando llegaron a Rafaela, fue nombrada la distribuidora exclusiva de más de cien localidades, quedando Sunchales, por estar a 40 kilómetros de la mencionada ciudad, entre una de ellas. A pesar de nuestros reclamos, no hubo forma de cambiar la historia. Nos dimos cuenta de que para esas empresas nosotros no existíamos.

Qué momento. Si ya veníamos cayendo con el negocio, imagínense ustedes lo que fue este golpe en el mentón, si hablaríamos de boxeo, que recibimos. De un día para otro caímos verticalmente, perdiendo un 60% de las ventas. Sin lugar a dudas que Quilmes y Coca Cola eran nuestro fuerte, nuestro sostén.

Nos vimos obligados a hablar con los cinco empleados que teníamos, explicándoles lo que nos pasaba. Lógicamente que ellos se daban cuenta de lo que ocurría, si no había más trabajo.

Con tres de ellos se llegó al acuerdo de una indemnización muy grata y pacífica. El cuarto se jubiló en ese período y el quinto, Amílcar Chiappero quedó hasta el final.

A pesar de todos los problemas que tuvimos con los proveedores, los cheques que llegaban al Banco Nación y que no podíamos cubrir, Argentina que era, como la llamaba yo, nuestra secretaria privada, sabía perfectamente lo que nos estaba pasando.

Delio y Olivio tal vez sufrían, pero no decían nada, y yo Chocho, por ser el que estuvo siempre en el escritorio, me veía obligado a enfrentar todo, poniéndole el pecho a las balas.

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