Historia de un bandoneón

El Pibe Tschopp, parado a la detrecha, ejecutando un bandoneón junto a Paco Jaime en la guitarra, durante una reunión en el Bar Moretto (Yrigoyen y Bolívar), año 1962 (Foto: gentileza José «Pepe» Marquínez).

Era un “Doble A”, (1) o sea la excelencia, propiedad del Pibe Tschopp (2). En una noche de invierno muy crudo de la década del 70, el personaje recaló con su instrumento en un peringundín (3) de la Avenida Sarmiento, aquí en Sunchales. Mucho ambiente para el tango, clientela variopinta, tabaco en exceso y alcohol en abundancia. Hacia el final de la velada, todos heridos por el báquico licor. En minutos el instrumento desapareció como por arte de magia. Los sospechosos: uno, ilustre desconocido y el otro, sunchalense de mala reputación, se tomaron el pire (4) con instrumento incluido, amparados por la confusión etílica del ejecutante.

Me conmovió al día siguiente su desesperación, cuando al llegarse hasta mi estudio me narró la mala nueva. Le pedí tiempo para armar la estrategia y luego de mi consejo de profundizar en el escenario de los hechos, se me ocurrió sugerirle un viaje a Paraná, ciudad donde funcionaba por aquel entonces el Banco Municipal de Préstamos donde existía la oficina de empeños, también conocidos antiguamente como Montepío o Monte de Piedad. La gente “amuraba” (5) algún objeto como garantía de un crédito; jurídicamente constituía un contrato de prenda común, con desplazamiento. El deudor se despojaba del objeto en garantía, hoy algo impensable.

Acudimos presurosos a la capital entrerriana y ya en la entidad bancaria nos hicieron pasar a un enorme salón donde se observaba gran cantidad de objetos: bicicletas, máquinas de coser, acordeones, relojes de pared, ventiladores y todo lo que al lector se le pueda ocurrir. Trasladados al sector de los bandoneones, el Pibe revisó los existentes comprobando con total desconsuelo que su “Doble A” acusaba el faltazo. El regreso a Sunchales fue en silencio y con profunda desazón.

A los tres meses de aquel viaje nos llegó la noticia de que el instrumento estaba en manos de un conocido músico de Santa Fe. Hacia allí partimos, localizamos el domicilio y al atendernos, lacónicamente espetó: “Sí, pasó por mis manos pero hace ya una semana lo vendí a un músico de San Justo”. Nos habíamos entrevistado con Víctor Hugo Canale, conocido bandoneonista; en aquella época con dedicación exclusiva hacia el folclore.

Mi Chevrolet 400 partió raudamente rumbo al norte por la ruta 11 en dirección a San Justo. Arribamos sobre el mediodía y llegamos a la casa de un bandoneonista de apellido Appendino, quien nos atendió cordialmente y nos confirmó que efectivamente él había adquirido un fueye a Canale… Al verlo, el Pibe, emocionado y con los ojos humedecidos, comprobó que era el suyo. El problema ahora, era económico. El adquirente había pagado una importante suma y obviamente no quería salir herido de la contienda.

Afortunadamente, el dinero estaba en nuestros bolsillos; habíamos previsto este desenlace antes de salir, o sea la recompra del bandoneón… Fue el toma y daca más emotivo de la historia.

El regreso a Sunchales fue triunfal, mi amigo había recobrado parte de su vida, el “Doble A” había vuelto a sus manos, a las manos de un verdadero virtuoso en la ejecución del instrumento.

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José «Pepe» Marquínez

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(1) La marca más prestigiosa en materia de bandoneones. Eran construidos en Alemania por Alfred Arnoldt. Las iniciales de su nombre y apellido componían la marca de fábrica.

(2) Su nombre era Alfonso Omar Tschopp, apodado “El Pibe”. Sunchalense, bandoneonista reconocido, integró entre otras las Típicas Cetta Pignoni y Elvio Solari de Rafaela y además dirigió su propio conjunto orquestal. Falleció en Sunchales en junio de 1990.

(3) Voz lunfarda: Boliche de comidas o de bebidas de baja categoría. También se reconoce la variante «piringundín”. A. Espíndola Diccionario del Lunfardo, pág. 380.

(4) Voz lunfarda: Irse, espiantar. Espíndola, obra citada, pág. 394.

(5) Voz lunfarda. Reconoce varias traducciones. Una de ellas es «empeñar, dejar un bien en prenda como garantía de un préstamo”. Diccionario del lunfardo, obra citada, pág. 30.

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