Recuerdos y más recuerdos, la historia del clan Audero – Capítulo 3

Aquí comienza otra historia del gringo Jorge. Junto con los tíos Ingaramo, Santiago, Enrique y Ángel, formaron una sociedad, compraron una estancia de 1000 hectáreas de terreno, completamente tapadas de monte de espinillos y sin alambrar, en la colonia de La Puerta, provincia de Córdoba. De dónde sacó el dinero papá para cubrir su parte, nunca lo supe.

Emplearon gente para desmontar y alambrar toda la mencionada estancia, pero debían tener a alguien de mucha confianza para dar órdenes y dirigir a los trabajadores. Tenía que ser alguien muy decidido y capacitado para semejante cargo. Todos pensaron lo mismo, el elegido fue el tío Ambrosio. Le hablaron y, como siempre, él aceptó de inmediato, sin preguntar cuánto le iban a pagar por el trabajo. Ambrosio se quedaba 20 días o más, regresaba un tiempo para comentar cómo funcionaba el desmonte y cuánto se había alambrado, y también para buscar el dinero correspondiente al pago de los trabajadores y demás gastos. Dónde paraba él, no lo supe.

En una madrugada nefasta, se ve envuelta toda la zona en un incendio fatal, imposible de pararlo, por ese entonces no había Cuerpo de Bomberos, ni nada para impedir semejante tragedia. El fuego siguió varios días. Se quemó absolutamente todo. El tío Ambrosio lo comunicó de inmediato, cómo lo hizo, tampoco lo sé porque no había teléfonos aún en esa época.

Papá y los tíos se querían morir por la triste noticia. ¿Cómo hacer para empezar todo de nuevo? Los espinillos se habían quemado, pero las raíces quedaron, debían seguir sacándolos. Los postes que sostenían los alambrados ya no estaban. Solamente quedaron gastos y más gastos ¿Qué hacer?

El tío Enrique (que junto a la tía Lucía fueron mis padrinos, quería destacarlos), el tío Ángel, y papá, no querían realizar la venta. Pero el tío Santiago, de un carácter tristón, hoy diríamos depresivo, se enfermó porque él quería vender a cualquier precio las hectáreas, sino se iba a morir. No comía ni se levantaba de la cama, estaba totalmente entregado.

Esperaron varios días para ver si Santiago reaccionaba, pero al contrario, empeoraba cada vez más. Se temía por su muerte. Entonces decidieron vender perdiendo gran cantidad de dinero. Tal vez el destino quiso que fuera así. Este negro negocio que hicieron por la feroz tragedia del fuego cambió la historia completamente. Porque de seguir todo bien como estaba funcionando, ya estaba planeado que papá, mamá y los chicos (yo todavía no había nacido), iban a vivir en la localidad de La Puerta, para poder estar cerca de la estancia, y de esta forma, conducirla.

De haber sido así, Jorge Yors, el italianito, el gringuito, no hubiera venido nunca a Sunchales. Por lo tanto estoy convencido de que, por el rumbo que hubiera tomado todo, nunca hubiesen aparecido en escena el Clan Audero: Argentina, Iris, Aydee, Lolo y Toto. Ni tampoco nuestros queridos y adorables hijos, nietos y bisnietos. Es por eso que le agradezco a Dios lo sucedido.

Papá siguió alquilando el campo al depresivo tío Santiago, que eran unas 50 hectáreas. Las cuales resultaban muy pocas, ya que él quería tener 120 animales vacunos, unos 20 caballos, unos 100 cerdos, otro tanto de ovejas y gallinas, tener pasto para los animales, y además pretendía sembrar trigo, lino y mijo para cosechar. Era imposible. El campo no alcanzaba ni para una explotación, ni para otra actividad con animales.

Corría ese entonces el año 1940 y yo, Chocho, ya había nacido. Era una criatura de apenas 4 añitos. Toda la familia -papá, mamá y los demás hermanos- seguían ordeñando de mañana y también por la tarde, siempre a mano. Lograban obtener unos 200 litros de leche, y se seguía llevando la producción a la cremería, ahora llamada «La Castellanos». Pero antes pasaban del vecino Marcelino Manavella, a retirar dos tachos de 100 litros de leche. Creo que nos pagaba el acarreo. Realizaban esta tarea indistintamente Delio u Olivio, siempre en jardinera tirada por dos caballos.

En pleno verano, Delio y Olivio se encargaban de esquilar y cortar el pelo a las ovejas y a los caballos, respectivamente. Vendían el pelaje y reunían un buen dinerillo para sus gastos personales, porque ya eran dos hombrecitos.

Mientras, papá tenía muchas iniciativas, y formó una sociedad con un señor de apellido Chiambretto, de la localidad de Vila, que tenía una barraca, es decir, compraba cueros de animales, lógicamente de ganado vacuno y equino. Los depositaba en grandes piletones con agua y mucha cantidad de sal gruesa. Luego de varios días en remojo y al acumularse cierta cantidad de cueros, se los vendían a las distintas curtiembres, que se dedicaban a trabajarlos, como era la sociedad de este buen señor con papá.

Criaban cerdos, y les daban de comer carne de caballo cruda, y algo de suero que la cremería les daba sin cargo. Papá salía a comprar caballos, y como ya toda la zona conocía que eran compradores de dicho animal, los que tenían la intención de vender, se los llevaban directamente. De lo contrario, Delio era el encargado de ir en caballo a buscarlos en distintos lugares. Supo venir cerca de Sunchales, en la Colonia Hugentobler, a la conocida estancia Quiroga.

Se necesitaban sacrificar o matar dos caballos por día, ingrata misión de la que se ocupaba papá, y junto con Ovidio, luego los cuereaban. Yo los miraba cómo trabajaban, los recuerdo como si los estuviera viendo en este momento.

Esta sociedad, de este durísimo y triste trabajo, con el Sr. Chiambretto, de criador de cerdos, duró aproximadamente dos años, porque él decidió dejar todo su negocio para ir a vivir a la ciudad de Córdoba. Aprovechó venderle a papá la radio a batería que tenía, junto con un motor generador de energía a nafta, para cargar dicha batería. El mueble de la radio era tan grande que parecía una mesa. Con decir que mamá le daba doble uso: escuchar los distintos programas y cortar los bifes, porque le era muy cómoda debido a la altura que tenía.

No se quién le dio la idea a papá, de que con el uso de la energía de la batería, podía tener o dar luz eléctrica. Y así fue que tuvimos en el comedor luz eléctrica, con una lámpara foco. Cuando lo supieron los vecinos del campo y todos los vecinos del pueblo de Vila, no lo podían creer, estaban asombrados y hasta sentían un poco (o mucha) envidia.

Para mi corta edad, la radio resultó ser el invento máximo, una verdadera magia, y lo sigo sosteniendo actualmente, a pesar de la increíble e impensada alta tecnología con la que vive el mundo entero.

Jorge también tenía sociedades con los Gramaglia. Dos de ellos eran tíos nuestros, y los demás primos lejanos eran varios hermanos. Cuando me refiero a sociedad, nada se encontraba escrito en ningún lado, era todo a palabra y se respetaba.

Tomaban trabajo de arar y sembrar a distintos colonos, de una amplia zona. Papá disponía de un arado de tres rejas, tirada por siete caballos. Delio era el que manejaba, con tan solo 18 o 19 años, este enorme grupo de fuertes animales. Los Gramaglia, Rodolfo y Tomás (Masín) disponían de dos arados de tres rejas, tirados por seis caballos cada uno. Esta tarea se realizaba en dos meses como mucho.

La comuna de Vila los contrató a papá y los Gramaglia, para hacer muchísimos kilómetros de terraplén, en la zona rural de la colonia. Les dieron las herramientas para dicho trabajo, y ellos pusieron la gran tropa de veinte caballos para tirar las máquinas. Los frentistas de sus campos tenían la obligación de recibir a los caballos, para darles de tomar agua, y pasto para comer.

Se habían organizado de hacer cambios o turnos semanalmente. Se realizaban los sábados al mediodía. Las duplas eran: papá con el tío José, y el tío Santiago Gramaglia con Delio. Y como empleadito fijo, el jovencito Danilo Gramaglia, cuya misión era: buscar los caballos, ayudar a atarlos, ir al pueblo de Vila para hacer las compras necesarias, cocinar y realizar la limpieza general.

La comuna les había prestado también una grandota y vieja casilla de madera, montada sobre cuatro enormes ruedas de hierro macizo, donde podían dormir cómodamente, darle el uso de cocina y comedor, por lo amplio que era.

Para terminar los kilómetros de camino que habían convenido, les fue más de seis meses, es decir, medio año. Cuando finalizaron la obra, le pidieron a papá si no tenía inconvenientes en llevar la casilla al patio de su casa. Todo esto sucedió al final del año 1943.

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