Aquellos festejos de agosto en el pueblo

Agosto es el octavo mes del año y debe su nombre al emperador romano Octavio Augusto (Augustus). En ciertas zonas geográficas es la temporada donde se hace la recolección de granos (el conjunto de frutos que se recogen de la tierra). Suele usarse como ‘hacer el agosto’; “Hacer negocio, lucrarse, aprovechando la ocasión oportuna para ello”.

Pude gozar de mi propio agosto en el pueblo donde transcurrió mi infancia y parte de la juventud. Tres feriados consecutivos dejaron huellas en la memoria y en el corazón. El 15, Día de la Asunción de la Virgen; el 16, día de San Roque (duro como la roca); peregrino canonizado en 1584; venerado como santo por la Iglesia Católica, precisamente de los pobres y los enfermos, acompañado por un perro. La parroquia de Ataliva lo tiene como patrono y esa fecha es (o era) la propicia para la primera comunión de los niños del pueblo. El 17, aniversario del fallecimiento del Gral. San Martín, unía la historia patria con esas dos conmemoraciones católicas.

El catecismo aprendido con devoción; el vestido de blanca pureza (aún no había llegado el guardapolvo), de confección casera y sencilla; el primer libro de misa; la blancura multiplicada en zapatos, medias, guantes y quizás algunos lazos del moño. Todo quedó grabado en lo que es hoy una fotografía amarillenta, pero con visos dorados en el marco de mi corazón.

Y por la tarde, en esa misma fecha patronal, la plaza concentraba la presencia de gran parte de la población, especialmente de madres y niños. Quizás los varones tomaban el rumbo del Club Deportivo Independiente para disfrutar del deporte. Los niños gozábamos de los juegos diseñados por edades. El rompe piñata, la carrera del embolsado, las hamacas, toda una conjunción de protagonismo, gozo, emociones infantiles. Por la noche, olvidando la inclemencia invernal, frente a la plaza y utilizando las viviendas del sur como refugio, nos maravillábamos ante los fuegos artificiales.

Idéntico lugar pero con distinto escenario, al día siguiente honrábamos al Santo de la Espada, Héroe de los Andes, Libertador de América. Levantado el palco cívico, cada conmemoración convocaba los discursos, las poesías, el canto y el protagonismo que nos involucraba en nuestra historia para no olvidarla jamás.

Como lo señala el almanaque cada año, regresa agosto con su bagaje de recuerdos y sensaciones acumuladas en el alma sensible de niña pueblerina. Niña, joven, docente, madre, abuela, los recuerdos no se disipan jamás. Al contrario, sedimentan y acumulan para configurar la riqueza de lo vivido, las alegrías y pasiones que hoy nos definen como seres adultos y responsables.

Transcurrí una infancia tranquila, muy feliz, que aún activa su llama y pervive diseñando nuestro presente. Un presente que valora y aún disfruta de las vivencias acumuladas en el pueblo bendito, bajo la advocación de San Roque.

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