Chela de Lamberti: Gloria, casi una hermana

Gloria (la segunda desde la derecha), con un grupo de amigas, en una celebración.

El destino a veces no nos proporciona lo que hubiéramos querido y transitamos nuestros capítulos sin tener, por ejemplo, una hermana. Pero la vida se encarga de acomodar o satisfacer una apetencia. Así debe ocurrir, porque son varias las hermanas que a lo largo de mi vida pude cosechar para suplantar a la que no llegó a través de mis padres. Sabemos que una amistad es verdadera cuando podemos actuar normalmente, sin interpretar ningún personaje, sin maquillar emociones, sin vestir ninguna clase de coraza.

Gloria Ballari de Volpato fue eso para mí, una hermana, ambas nacidas en abril bajo el signo de Aries; ambas en el pueblo llamado Ataliva, una cuna que siempre veneramos con profundo cariño. Además, diversos enlaces de nuestras familias nos trajeron varios parentescos. Prima hermana de mi cuñada, así que los acontecimientos familiares nos reunieron para las celebraciones.

Ya establecidas en Sunchales, ser docente de sus dos hijos nos acercó a través de actos y reuniones en la Escuela “Ameghino”. Fue luego la llegada de la soledad el hecho que nos unió estrechamente. Allá por el 2001 comenzaron nuestras vacaciones compartidas, especial compañera de viajes que fortalecieron aún más nuestro contacto.

Educada en la Escuela Rural de la Manuelita, su nivel primario fue superado en forma continua por ser lectora, viajera incansable, observadora lúcida y dueña de una memoria envidiable. El grupo que comenzó siendo una dupla, se convirtió en un sexteto con profunda afinidad y muchas horas compartidas en un clima de armonía y profunda amistad.

Trabajadora incansable, hizo de la costura una fuente de ingresos y una oportunidad para transmitir conocimientos a través de su Taller donde numerosas niñas de Sunchales aprendieron las técnicas de confección de la vestimenta. Una sociedad para la fábrica de camisas y el emprendimiento comercial en la Avenida principal se convirtió luego en Agencia de Lotería, donde trabajó con eficiencia hasta hace poco tiempo. Luego compartió con su hijo Hugo, su esposa e hijos la responsabilidad de su manejo.

El éxito actoral y la fama de su hijo Darío (el Midachi) jamás fueron motivo de soberbia o arrogancia frente a los sunchalenses. Sencilla, franca, sincera, era amiga de todo el mundo y especialmente, del sexteto que pudimos conformar. Participábamos de la tradicional misa de los sábados y el posterior encuentro alrededor de la mesa tendida, en alguna casa o en el bar habitual para saborear el café y compartir confidencias. Amor, empatía, incondicionalidad, desinterés, honestidad… son algunas de las palabras que mejor acompañan a la verdadera amistad. Con una auténtica amiga reímos, lloramos, comunicamos nuestros sueños y nuestros miedos, hablamos de aquello que fue y de lo que será pero, sobre todo, a una amiga de verdad la

admiramos porque sabemos que como ella hay pocas. Y la cuidamos, sabiendo que es uno de los grandes tesoros de nuestra vida.

Los cumpleaños fueron citas habituales en cada casa; marcábamos el almanaque con dos en abril, tres en junio y uno en noviembre, citas obligadas para celebrar la vida. Siempre con idéntico compromiso, similar camaradería y el afecto sincero nacido en nuestros encuentros ansiados y repetidos. Enorme riqueza que fuimos cosechando; intangible y no obstante tan real, visible en cada rostro sonriente y en cada mirada de complacencia por la compañía que nos rodeaba.

La herencia de la sangre se ha traducido en cinco nietos y la vida le había entregado tres bisnietos que visitaba a menudo en Buenos Aires. Hoy la acompañaremos con la oración y las bendiciones. Imposible olvidarla. Ella continuará junto a nosotras, tangible en sus gestos, su voz, la ligereza de sus pasos y la sonrisa franca que adornaba sus labios.

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