Antonio Rodríguez Fernández (Libro del cincuentenario de Sunchales, 1936).

(*) – Son pocos los hijos de la madre patria, que vinieron a buscar fortuna a Sunchales, donde el elemento italiano ya había impreso su peculiarísima fisonomía a la región. Antonio Rodríguez Fernández, fue uno de éstos pocos, y a fe nuestra, que demostró tener un espíritu de empresa y de organización en el ramo comercial.

Nació en Foruelos de la Rivera, Salvatierra, España, allá por el año 1862. Su juventud transcurría en un ambiente aldeano, tranquilo, sin perspectivas de progreso, sin mayores alicientes. Solo se veía romper la monotonía de esos días grises, cuando caía la guardia civil en busca de la juventud para entregarla como carne de cañón si África rebelde se resistía a vestir libres. Y entonces, la juventud huía lejos para librarse de la triste carga que ni siquiera era un deber patriótico sino una malsana ambición imperialista. Huyeron muchos jóvenes. La América los recibía gustosa y les señalaba una nueva conquista: la conquista de los campos feroces, del comercio y de la industria.

Don Antonio llegó al país en 1885. En 1897, con otro Rodríguez, llegó a Sunchales con varios carros cargados de mercaderías que constituyeron la base de un gran comercio en ramos generales.

– ¿Pudo afianzarse, señor Rodríguez?
– Es evidente que en un principio, toda empresa, para tomar cuerpo, necesita de cuna fuerte voluntad y de la constancia. Nosotros trajimos todas estas virtudes en nuestras valijas de inmigrantes, y ellas fueron nuestras banderas de combate.

– ¿Cuáles fueron los mejores años comerciales?
– Hasta 1890 muy buenos. Luego, la invasión de la langosta, puso una nota triste que felizmente duró poco. Durante la guerra de Cuba y la última conflagración europea, los productos agrarios se supervalorizaron y ello fue la causa de un rápido progreso del comercio.

– ¿Cuándo pagaron la primera patente de comercio?
– El primer año que nos instalamos con el comercio de ramos generales. Entonces Sunchales dependía de Las Colonias, cuya capital Esperanza, era el asiento de todas las autoridades. Pagamos 150 pesos por la patente.

Las mercaderías -contesta a una pregunta nuestra- llegaban en vapor al puerto de Santa Fe, desde donde la traíamos en carros. Por supuesto, los fletes, recargaban enormemente el costo de los productos y recién cuando llegó el ferrocarril, la competencia, abarató los fletes con beneficio para los consumidores.

– ¿Qué clase de edificación había?
– Las casas fueron construidas con adobe, porque no había aquí material (ladrillos, tirantes, chapas, etc.). Había que traer todo de Esperanza. En 1887, el ferrocarril trajo los primeros materiales para construir la estación. Simultáneamente se edificó la casa que aún ocupo hoy.

– ¿Usted recuerda cuando trasladaron el cañón del fortín a la plaza pública?
– ¡Cómo no lo voy a recordar! El fortín estaba en ruinas. Las paredes que aún quedaban fueron rápidamente volteadas para aprovechar el material para las nuevas casas. Sólo el cañón quedaba ahí, cual mudo testigo, de las cruentas luchas contra el indígena… Entonces resolvimos ubicarlo en un lugar seguro.

Una tarde del año 1887, con Francisco Valiente, Antonio Saralegui y Steigleder, ante la creciente curiosidad de los pocos vecinos, construimos un pequeño pedestal sobre el cual depositamos el cañón. Y ahí está para recordar a los jóvenes que esta tierra fue conquistada por los bravos agricultores que junto a la mancera llevaban el trabuco con la pólvora bien seca.

El señor Rodríguez como buen es español, fundó en 1918 la Sociedad Española, la que sigue presidiendo hasta el día de la fecha.

(*) – Libro del Cincuentenario de Sunchales (1936).