Recuerdos y más recuerdos, la historia del clan Audero – Capítulo 4

Delio había cumplido 20 años y le tocó hacer el servicio militar. Comenzó el gran drama con mamá, ya que era el primer hijo que se iba. Lo incorporaron ni bien se supo dónde le había tocado. A los días fue destinado a la ciudad de Concordia, provincia de Entre Ríos.

Mamá no entendía nada, solo lloraba y lloraba, diciendo que lo habían mandado a otro país. Le tuvimos que indicar con un mapa dónde estaba esa ciudad. En esa época, era imposible comunicarse inmediatamente. La distancia no era tanta pero no había forma de traslado. El túnel subfluvial que une Santa Fe con Paraná no estaba, ni siquiera se pensaba en hacerlo.

En los catorce meses que le tocó hacer el servicio, solamente tuvo dos licencias de quince días cada una. La primera se la dieron seis meses después de haberlo incorporado. Nos envió una carta diciendo la fecha en la que iba a llegar.

Llegó el esperado día. Desde nuestra casa, al camino donde tenía que parar el colectivo, había unos cien metros. Estábamos todos -papá, mamá y mis hermanos- en el patio esperándolo, cuando vimos aparecer a lo lejos el colectivo. Todo era impaciencia, nerviosismo, ansiedad, lágrimas y risas, pero el destino quiso dramatizar más la llegada.

Posiblemente el chofer no entendió a Delio, dónde tenía que detenerse. No frenó en nuestro callejón, sino en el otro camino que estaba a unos doscientos metros de nuestra casa. Cuando realmente paró, yo no aguanté más. Tenía apenas 7 años. Crucé el alambrado y fui corriendo al encuentro.

No me pareció que era Delio por el uniforme que tenía. Él me levantó en sus brazos, nos reímos y lloramos al mismo tiempo, sin decirnos una palabra. Me siguió teniendo en sus brazos hasta llegar al patio, donde estaban todos esperando. Besos, abrazos, risas y lágrimas. Un combo de emociones, imposible de explicar.

Yo ese año comencé a ir a la escuela Fiscal de Vila. Iba a caballo, y primero paraba de Beto Gramaglia, que era uno de los muchísimos primos hermanos que tenía. Éramos de la misma edad, clase 1936, y él también iba con su caballo. En ese trayecto de 5 kilómetros, cuántas bromas, cuántas alegrías, cuántas risas. Todo nos parecía lindo. Nos divertíamos hasta llegar a la escuela, y al regreso nos pasaba lo mismo.

«Chocho», sentado en el extremo derecho, en la escuela de Vila, año 1945.

Imposible no recordar las grandes carneadas. Eran dos días de trabajo, y al mismo tiempo, de fiestas. Se reunían más de 40 personas, todos los tíos, tías, primos, vecinos y amigos. Como siempre, el verdugo era papá. Mataba una vaca grande y tres cerdos con sus filosos cuchillos. Se hacían más de 350 kilos de chorizos de todo tipo, varios tarros de 20 kilos de grasa, chicharrones, morcillas, bondiolas, pancetas y demás embutidos.

También el medio día de trabajo y fiesta era la yerra, pero solamente se invitaban unos quince hombres vecinos. Se trataba de un trabajo muy rústico: marcar los animales con una marca a fuego, y castrar a los machitos, donde también papá era el encargado de realizar la cirugía.

Cómo no recordar a los verduleros que pasaban. El día lunes era el día de Federico, de la ciudad de Rafaela. Tenía una jardinera inmensa de cuatro ruedas y tres pisos, tirada por cuatro caballos. Siempre contaba con todo lo que pedíamos, era un verdadero minimercado ambulante, hasta traía la revista El Gráfico, únicamente para nosotros. Este buen señor me hizo pasar uno de los momentos más tristes de mi vida. Si sienten curiosidad en saber lo que me pasó, me encantaría contarlo personalmente con mis propias palabras, porque escrito sería muy difícil y largo de explicar. Pasó a ser una de las tantas anécdotas que tuve en mi vida.

Retomando el tema de los verduleros que pasaban, el día martes venía el señor Ardissone, un verdadero adelantado al tiempo, ya que tenía una camioneta modelo 1930. Él era de San Antonio. Los miércoles llegaba el señor Loco Gandolfo, los jueves Don José Bosco, y los sábados otro señor de apellido Gandolfo, hermano del antes mencionado. Estos tres verduleros venían en jardineras tiradas por dos caballos.

Ahora les recuerdo los panaderos que pasaban: los martes Atilio Rebaudengo, y los viernes Daniele Hnos. Los dos eran de Vila y acudían en jardineras de cuatro ruedas, tiradas por dos caballos.

Nos visitaban como carniceros, los señores Alias Hnos. dos veces por semana, martes y viernes. Ellos eran de Vila también.

Además pasaban dos vendedores de ropa, los llamábamos «Los Turcos». Uno era don Chafredo Barbero, quien también era un adelantado, porque venía en un auto Ford, modelo 1931. El otro turco era de Rafaela, y nunca conocí su nombre, pero venía en una jardinera. Pasaban cada cincuenta días.

Dejé para lo último, y no lo van a creer, al heladero de Vila, Fidel Brusa, que mandaba a un pibe Brandolini. Nosotros teníamos una enorme planta de uvas blancas, que cargaba muchas de estas frutas, por lo que hacíamos el cambio de helado por uvas. Venía con una jardinera de dos ruedas, tirada por un solo caballo. A todo esto lo vivíamos como una fiesta, llena de alegría, felicidad y la boca siempre llena de risas.

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