Votando soy feliz

La ley no establece un límite de edad concreto para emitir el voto obligatorio, pero a partir de los 70 años este derecho se convierte en opcional. Según el censo del 2010, los adultos mayores de 70 años constituían el 8,4% del total de la población, lo que equivale a unos 3,5 millones de personas.

El voto es obligatorio en la Argentina desde hace 111 años para las personas mayores de 18 años y menores de 70. Sin embargo, no todos los ciudadanos argentinos están obligados a sufragar. Para los jóvenes entre 16 y 18 años y los adultos mayores de 70 el voto es optativo.

Leemos en Facebook que los adultos mayores han sido tentados por el oficialismo para que concurran a las urnas y continúen ejerciendo ese derecho. Si necesitan ser tentados es porque progresivamente han evidenciado desapego, indiferencia y lo que es peor, creen que con esa actitud están castigando a los políticos en general. El estímulo no siempre hallará eco si la familia misma facilita, en muchos casos, el desaliento por ejercer ese magnífico derecho.

Los desganados o indiferentes se escudan detrás de los 70 años como si fuera una edad límite para los razonamientos, la fortaleza, la capacidad para discernir, como si entraran en las sombras de la vida… Lamentable es aferrarse a esa cláusula permisiva para evadir una responsabilidad como ciudadano argentino. Porque vivimos en la Argentina, ¿Verdad?

Estoy viva, pienso, trabajo, actúo, opino, critico o aplaudo. ¿No llega la hora maravillosa en el día de las elecciones cuando puedo asumir la facultad de premiar o castigar? Dejo de ser solamente un número en el padrón electoral, una minúscula hormiga en el mapa de Argentina para convertirme en hacedora del futuro, en quien condena o gratifica, recompensa o demuele.

Muchos creen que así castigan en forma generalizada porque todos, sin distinción, se lo merecen. “No voy a dar mi voto a nadie, son todos iguales”. Gran error, especialmente cuando hablamos de nuestros políticos del entorno en la ciudad, conocidos sobradamente por toda su trayectoria, nuestros vecinos, sunchalenses de origen o por adopción.

Personificando este criterio, diré que desde los 18 años, allá lejos, cada día de elecciones se convirtió en una fecha de alegría, basada en la esencia de la democracia. ¿Negarme a votar? Jamás. Precisamente en ese día de elecciones siento que adquiero protagonismo ciudadano, dejo de ser anónima, solicitan mi opinión y encienden la llama de mi felicidad, independientemente de un resultado positivo o negativo.

Votar es un derecho y un deber. Así lo siento. En nuestras manos está el futuro de la patria. Una patria que nos convoca y no podemos padecer sordera. No nos lamentemos en el futuro.

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