Chela de Lamberti: Las 12 campanadas de Navidad

Volveremos a escuchar las doce campanadas pero no serán iguales a las que oímos en forma acostumbrada al mediodía y a la noche. Estas campanadas tendrán otro sonido, el badajo llevará implícita otra misión, porque serán los repiques de Nochebuena dando paso a la Navidad.

Una Navidad esperada, deseable, emotiva, que repetirá su mensaje de cada calendario, pero llegará cargada de sólidos augurios para borrar soledades, esperas, retiros, clausuras, aislamientos, todo un bagaje sombrío, impensado en otra etapa previa de nuestras vidas.

Y volverán los abrazos, el rezo agradecido, las manos apretadas, los besos y caricias a nuestros niños. Evidencias de afecto que estábamos acostumbrados a regalar profusamente en cada encuentro y todo se debió esconder, eliminar y aguardar con infinita paciencia hasta que el peligro acechante se disipara.

Las precauciones continúan con sus demandas, lógicamente, estableciendo normas de conducta deseables para prolongar la cautela, el cuidado de nuestra salud y de todos los que nos acompañen. Pero el alejamiento y las restricciones dejaron huellas profundas, especialmente en nuestros mayores, quienes desbordan en anhelos para revertir el cautiverio.

Volver a la mesa grande tendida, los ornamentos navideños, los sabores disfrutados en compañía, el elixir de las miradas y sonrisas como medicina reparadora después de tanta lejanía. Aquellos que estaban en otras provincias retornarán y podrán sumarse como antes, algo tan común y normal, que pasó a ser inusual y casi horrorosa.

Todo brillará más que en años anteriores; como nunca jamás sentiremos la emoción y la alegría del encuentro, se acrecentarán las confidencias, los relatos, las carcajadas, las ilusiones y proyectos para el futuro. El motor familiar se habrá puesto nuevamente en marcha. Una marcha con redobles de esperanzas alimentadas por la cercanía maravillosa de esa noche, la Nochebuena.

Habrá también quienes reunidos, mirarán las sillas vacías de aquellos que no alcanzaron el sendero de la Navidad y en el camino sobrellevaron, como Cristo, una corona de espinas y un destino final de sepulcros umbríos que los separaron definitivamente del mundo familiar y de las más íntimas pasiones.

Desearnos ¡Feliz Navidad! nunca es un mero formalismo y menos aún, lo será en este diciembre anhelado. Y cuando el árbol esté rodeado de escasos regalos, las presencias, la cordialidad, los vínculos estrechos, los cálidos sentimientos, todo habrá de fluir como moños navideños y un corazón teñido de rojo intenso. No necesitaremos de Papá Noel porque tendremos la estrella de Belén para iluminarnos y el rojo ardiente de nuestros corazones cuando suenen las doce campanadas.

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