El olvido de los famosos: El difícil momento de “La última diva”

La obra teatral que presentó Gabriel Fiorito “La última diva” del autor Sebastián Vigo, puso a los espectadores en otro lugar. Los presentes tuvieron que moverse de paradigmas conocidos y presenciar una comedia que, como bien dijo Fiorito, es oscura y compleja. Al decir de los analistas de teatro (siempre me tomo el tiempo de leer antes y después de asistir a una presentación), ésta, se aproxima al cine negro de mediados del siglo pasado.

Este tipo de cine representaba sociedades violentas y corruptas que amenazaban a sus protagonistas. En este caso, Betina está amenazada a vivir en el olvido de la gente y en esa obsesión por permanecer, planea junto a su marido y Gladis, la ayudante, hacerse pasar por muerta y lucrar con ese deceso. Para eso necesitarán una víctima. Será Pilar, quien, llegada de la mano de Gladis, colaborará con la historia acabada de Betina.

La obra se presenta como comedia y despierta la risa sobre todo por lo gestual, más que por lo verbal.

Roberto Cerri, con excelente capacidad para comunicar, protagoniza a Betina. Desde el parlamento de la diva se conoce el problema, la situación que origina acciones: no quiere dejar de ser quien fue, una artista glamorosa que ha quedado en el olvido. Ella se siente vigente, aun en el abandono de ese ruinoso teatro. No está dispuesta a ceder un ápice de lo que ha logrado a pesar de que ya nadie la requiera.

El esposo, Silvio, dialoga desde una pantalla y los espectadores (me ocupo de ellos porque sin su presencia no existiría el teatro) ven al personaje y se preguntan: ¿Por qué no está presente? ¿Por qué no habla cara a cara con Betina y con Gladis? ¿Existe Silvio? Incluso, encender o apagar el aparato define su entrada o su salida a gusto de los que habitan el escenario.

Esa estrategia teatral exige caminar en busca de otros hilos de la trama. El público pretende desentrañar algún enigma que el autor – director haya dejado librado a la resignificación. Pero Silvio luego aparece, entonces el concurrente ordena sus ideas aunque le queda la virtud del asombro. Se intenta seducir con efecto visual inesperado y se logra. Gerónimo Palacios, cumple ese rol de presentarse de dos maneras ajustadas y precisas, a mi criterio.

Cecilia Gonella es Pilar, llevada frente a la diva para su valoración expondrá cualidades actorales óptimas para esta situación: desparpajo y autoconfianza. Las necesita para convencer a Betina de que puede reemplazarla. El diálogo entre ellas es agridulce. La jovencita sabe qué quiere, pero desconoce cómo debe conseguirlo. De modo que se frustra una y otra vez ante la altiva Betina. Hay en su rol una mezcla de osadía y sumisión, mas nunca de desconfianza. La lleva una ambición y cree que saldrá gananciosa. ¡Muy buena su actuación!

Gladis es el personaje protagonizado por Pablo Gamero. ¡Cuánto talento! Coordina la trama con tal maestría, que su entrada y salida de escena despierta todos los resultados. Gamero es uno de esos actores cuyos gestos, movimientos, unidos a su parlamento, no pueden perderse; es un hacedor de didascalia.

Fiorito eligió una obra de cuatro personajes que debieron ensamblarse, sin duda, posicionarse en cada uno de ellos, estrechar relación con los otros con mucha más hondura, se me ocurre, más que en cualquier otra obra.

Es un éxito más a los que ya nos tiene acostumbrados, pero me congratulo con esta provocación de llevar al espectador por otros carriles, exigiéndole urdir en la trama de lo oscuro y lo complejo. El arte coadyuva al crecimiento cultural de las comunidades. Gracias por la oportunidad.

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Griselda Bonafede.

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