Entre los cinco sabios: Almafuerte, el maestro

Nuestro país cuenta con un grupo de hombres, considerados los “Cinco sabios“; ellos son: Pedro B. Palacios, “Almafuerte”, Florentino Ameghino, Juan Vucetich, Alejandro Korn y Carlos Spegazzini. Cada uno de ellos posee una trayectoria que no deja dudas acerca de ese mérito. En el año 2022, se agrega la figura de René Favaloro, médico, inventor, educador y cardiocirujano argentino, nacido en La Plata, cuyo recorrido profesional es conocido en el mundo.

Florentino Ameghino, nació en Italia y murió en La Plata (Argentina), fue un científico autodidacta, naturalista, climatólogo, paleontólogo, zoólogo, geólogo y antropólogo de la Generación del 80. Se dedicó al estudio de la fauna fósil de los mamíferos y llegó a descubrir cerca de mil especies nuevas.

Juan Vucetich fue un antropólogo y policía argentino, primo de Charles Darwin, quien desarrolló y puso por primera vez en práctica un sistema eficaz para la identificación de personas por sus huellas dactilares. Su método se comenzó a aplicar en 1894 y le dio un impulso importante al descubrimiento de asesinatos, que hasta el momento permanecían sin esclarecer. Donó a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, su archivo y biblioteca lo cual sirvió para fundar el museo que lleva su nombre.

Alejandro Korn fue un médico, psiquiatra, filósofo, reformista, maestro y político argentino. Dirigió durante dieciocho años la colonia psiquiátrica en Melchor Romero que lleva su nombre. Fue el primer funcionario universitario en América Latina en ser elegido con el voto de los estudiantes. Murió en La Plata en 1936.

Carlos Spegazzini fue un botánico y micólogo de la mayor excelencia del siglo XIX, que contribuyó de gran manera a que la ciudad de La Plata, casi al mismo tiempo de su nacimiento, ganara prestigio científico a nivel mundial en varias disciplinas. Murió en La Plata en 1926

Dejé para el final a Pedro Palacios, conocido como Almafuerte. Palacios nació en el partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires. Todavía niño, perdió a su madre y fue abandonado por su padre, por lo que fue criado por sus parientes. Murió en La Plata como los anteriores.

Estampilla conmemorativa por en el centenario del fallecimiento de Pedro Palacios (Foto: Internet).

Se dedicó a enseñar, aun sin título, en Buenos Aires, Mercedes, Salto, Chacabuco… En todos lados, tenía abierta la escuela a cualquier hora y en ella entraban niños, adultos, mujeres y quien quisiera aprender. Más tarde, por no contar con el título habilitante, lo destituyeron, aunque se decía que el verdadero motivo eran sus polémicos poemas que contrariaban al gobierno. No era complaciente con los caudillos locales. Almafuerte fue un maestro de alma; usaba su dinero para abrir lugares de enseñanza y ayudar a chicos más pobres. Se brindaba a educar, creía en la educación como herramienta del progreso de todos. Protegía a los más débiles y luchaba contra la desigualdad. Más adelante, en Trenque Lauquen donde volvió a enseñar, fue retirado, también, por razones políticas. Palacios, era un acérrimo opositor a la oligarquía dominante de ese período y militará con la oposición: Unión Cívica Radical y todos los contrarios a la clase elitista.

Quise rescatar a ese poeta maestro, poco conocido como educador, tal vez, cuyos versos expresaban lo que sentían en una sociedad injusta y carente de sensibilidad. Sentía predilección por lo popular y así escribía:

«No te des por vencido, ni aun vencido, /no te sientas esclavo, ni aun esclavo;»

Los cinco, ahora seis, sabios argentinos, profesionales, maestros, creyeron en el saber, en el enseñar. Unos más que otros vieron en el horizonte el camino para que nadie se quede afuera. La ciudad de La Plata, les ha rendido homenaje.

Monumento a los Cinco Sabios, La Plata, Buenos Aires (Foto: Internet).

Quise rescatar a Pedro Palacios, Almafuerte, por su audacia y su coraje al enfrentarse a los poderosos, por sus versos simples, por su sensibilidad, por su pasión por enseñar. Cuando él falleció en 1917, la Ley 1420 ya estaba en vigencia.

Desde la Ley 1420/1884, en este país nadie ha quedado sin pasar por aulas de escuelas más o menos equipadas, más o menos grandes. Todos, cualquiera sea la edad, tenemos un recuerdo de territorios compartidos. El maestro, esa figura respetada y admirada, se presenta ante nosotros (unos más que otros) en el recuerdo y no la evitamos. La precisamos en la memoria porque nos enlaza con tiempos sustanciales, tiempos en que comenzamos a tener conocimiento del mundo junto con el otro. Socialización primera y necesaria, base y sustento de futuros aprendizajes no escolarizados y diversos, porque el ser humano se educa permanentemente, aprende también por fuera de las paredes escolares, amplía ese territorio y se expone a los mensajes provenientes de distintos lugares y en cada paso hay un maestro que orienta, ayuda, estimula y señala un norte.

En el día del maestro, a los de ayer y a los de hoy, vaya un homenaje, con las palabras de Almafuerte:
«Obrera sublime, bendita señora: /la tarde ha llegado también para vos./ ¡La tarde, que dice: descanso!… la hora/ de dar a los niños el último adiós./ Mas no desespere la santa maestra:/ no todo en el mundo del todo se va;/ usted será siempre la brújula nuestra,/ ¡la sola querida segunda mamá!(…) ¡No gima, no llore la santa maestra:/ no todo en el mundo del todo se va;/usted será siempre la brújula nuestra,/ ¡la sola querida segunda mamá!»

Feliz día, maestros.

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Griselda Bonafede

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