“Sé tú mismo, todos los demás puestos ya están ocupados”. (Oscar Wilde)

Con esta frase de Oscar Wilde inicio esta columna para recordar que un mes de abril de hace muchos años, a fines del siglo XIX, este mismo ser humano, poeta, escritor, artista ingenioso, fue sentenciado a prisión por el delito de “indecencia grave”: homosexualidad.

Aun cuando nuevas formas de educar se van imponiendo, para lograr espacios más amigables y menos estigmatizantes, existió y existe en el mundo, la tendencia a marginar, separar, castigar al distinto. ¿Distintos de quiénes? Sin dudas, del colectivo considerado normal, mejor, superior y notable. Los seres humanos han sufrido y siguen sufriendo discriminación.

Oscar Wilde en 1882. Fotografía tomada por Napoleon Sarony (Wikipedia).

Wilde era un célebre poeta y novelista, autor de la famosa novela “El retrato de Dorian Gray». Según algunas lecturas, su audacia unida al talento, lo llevó por el camino de la cárcel en tiempos donde la sexualidad se concebía dentro de límites aprobados por la casta del momento, fuera de ellos, el transgresor, debía someterse a dictamen. Un 3 de abril, en Londres, se abría un juicio en su contra. Terminado el mismo, le impusieron la sentencia de cumplir prisión por sostener una orientación sexual diferente al resto de la sociedad, o al menos a la que la sociedad imponía como única y aplicable.

Oscar Wilde estaba casado con una joven que conoció en Londres, Constance Lloyd, hija de Horace Lloyd, consejero de la reina. Se casaron el 29 de mayo de 1884. Tuvieron dos hijos: Cyril, y Vyvyan, pero en 1891, Wilde se relacionó en amores con Lord Alfred  Douglas, un apuesto y poético estudiante de Oxford de 21 años.

A él, le escribía poemas y cartas de amor, las que, al llegar a las manos del padre, John Douglas, sirvieron para condenarlo. El progenitor de su joven amor, marqués de Queensberry, comenzó a acosar a Wilde, reunió abundante evidencia de que había solicitado prostitutos masculinos y obligó a los testigos a testificar contra el escritor.

Su matrimonio se derrumbó y tras el encarcelamiento de Wilde, Constance cambió su apellido y el de sus hijos por el de Holland para quedar fuera del escándalo. Aunque nunca se divorciaron, tuvo que renunciar a la patria potestad de los hijos.

Cuando salió de la cárcel no había multitudes esperándolo, a pesar de que hasta apenas dos años antes era la persona más famosa de Londres, la capital británica.

El tiempo cambia paradigmas, mas no devuelve vidas, ni lava las afrentas recibidas. El gobierno del Reino Unido, 120 años después, lo indultó póstumamente, con la “Ley Turing” de 2017, que exoneró a más de 50.000 hombres sentenciados por homosexualidad. Obviamente muy tarde. El daño a la reputación de Wilde fue irreparable, al menos durante su vida.

Era un ser de frases ingeniosas, por ejemplo, las siguientes: «Todos estamos en la alcantarilla, pero algunos miramos las estrellas», «La única manera de librarse de la tentación es caer en ella, “Los ingleses tienen 3 cosas de las que mostrarse orgullosos: El té, el whisky y un escritor como yo. Pero resulta que el té es chino; el whisky, escocés; y yo soy irlandés.”

Quizá sea la que titula la columna la que más se adecua para recordarlo. Quizá intentó ser él mismo, pero no permitieron que ocupara el puesto que buscaba.

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Griselda Bonafede

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