La historia del vidrio cambiado

Hacia 1931 Sunchales era poco más que una aldea. Nos situamos en el ocaso de la primavera de aquel año y el escenario inicial del acontecimiento que les voy a relatar, lo constituye la plaza principal del pueblo.

En una tarde cualquiera, cuando ya el crepúsculo se hacía presente, la quietud y tranquilidad pueblerina se vio sorprendida por varios disparos de armas de fuego que provenían de la plaza. Es de imaginar que esta circunstancia causó el estupor consabido entre los ocasionales transeúntes.

El pueblo quedó perplejo al ver montado en su caballo a una persona luciendo un auténtico atuendo de cow–boy, tal como se veían en las películas que se proyectaban en el cine.

Después la gente se enteró que se trataba de William Harrison y tras él, todo el piberío y la muchachada siguió su marcha por Avenida Independencia hasta la esquina del ferrocarril, para regresar hasta el cine “Moderno” de Cipollatti Hnos., más tarde cine “Avenida” propiedad de Néstor Alvarez.

El Cine Avenida, en Av. Independencia y 1° de Mayo, década del 20 (Revista del cincuentenario de Sancor Seguros, 1995).

Luego de desmontar, el mencionado jinete efectuó una serie de demostraciones con un largo látigo, culminando las mismas con quitar de la boca el cigarrillo de una persona que se prestó para la prueba.

Luego, ingresó al bar contiguo al cine y ocupó una mesa. Tal vez apabullado por el gentío que había atraído o con el deseo de hacer una demostración mas de sus habilidades, extrajo sorpresivamente su revólver y efectuó un disparo suficientemente elevado para no herir a nadie, pero que motivó la dispersión de la mayor parte del público.

Se anunció posteriormente que al día siguiente sobre el escenario del cine, se realizarían las funciones en las que demostraría sus muchas otras habilidades. Ante la poca oferta de espectáculos de aquella época, la población se volcó en gran número para presenciar las habilidades del extraño personaje.

Algunos memoriosos recuerdan tres de las pruebas, las más impactantes: La primera consistía en torcer una gruesa barra de hierro apoyándola por la mitad sobre la parte posterior del cuello y llevando las puntas hacia adelante. Otra consistió en colocar una papa sobre su brazo descubierto y a golpes de un filoso cuchillo saltar trozos hasta terminarla, para después mostrar al público que no había perdido una sola gota de sangre. Finalmente, la más audaz: invitó a dos personas presentes para que con mazas de herrería, golpeasen sobre el yunque que colocaría sobre su pecho desnudo, después de apoyar su espalda sobre vidrios de botellas que rompió a la vista de todos. Don Juan Bernardi (padre de Ducho) y Don Luis Siccardi (padre de Coco), ambos herreros, accedieron a este pedido y luego de propinar los mazasos de rigor, comprobaron la falta de lastimaduras o cortes en la espalda.

Hay un testigo mudo de aquellos acontecimientos: la bala que disparó William Harrison, perforó el vidrio central del dintel del portal de la esquina del Cine Moderno y por ello hasta el día de hoy, se advierte que es distinto a los laterales.

Detalle del aspecto actual del dintel de la puerta del ex Cine «Avenida». Nótese la diferencia entre el vidrio central y los laterales (Foto: Diego Rosso).

A la mañana del día siguiente sigilosamente, el forastero se marchó. Nunca más se supo de él, pero quedaron grabadas en la memoria colectiva del pueblo, las proezas de aquel personaje que inesperadamente, alborotó a la comunidad sunchalense en la primavera de aquel 1931.


 

En los albores de la década del 30, Sunchales contaba con una población estimada de 2500 almas. Parte de los residentes – sin perjuicio del español – hablaban piamontés y en menor medida friulano o veneciano, en ese orden. Pululaban los “boliches” (bares) donde los inmigrantes se refugiaban para encontrar sostén, mitigando la nostalgia propia del desarraigo. Por lo general ese ámbito tenía pisos de pinotea y en algunos casos se hundían al caminar como consecuencia del uso y la falta de mantenimiento.

Concurrían sólo hombres; los italianos tenían predilección por el vino tinto, variedad Chianti, Barbera o Nebbiolo, (nebieul en piamontés) y en menor medida tomaban clarete.  Se bebía ajenjo (1) con la consabida “baranda” anisada cuyo aroma penetrante y persistente se notaba aún desde el exterior. Se comía maní con cáscara y aquellos inmigrantes nostalgiosos, sobre todo a la hora del crepúsculo, cantaban las canciones de su lejana tierra. Algunos, para mejorar la audición apoyaban la mano en forma vertical sobre la oreja, a modo de pantalla.

Se chicaba (mascaba) tabaco, se fumaba en pipa,  armaban los cigarrillos y jugaban a la mura (2) que como buenos italianos lo hacían a los gritos.

  1. Ajenjo o suissé: bebida compuesta por una mezcla de licores: bitter, goma y anís turco, tiene elevada graduación alcohólica (hasta 80 grados) y es un derivado de la absenta.
  2. Mura: el nombre correcto es murra pero como a los italianos les cuesta pronunciar la erre, en la zona quedó instalada para siempre aquella denominación. Es un juego de manos que consiste en acertar el número de dedos mostrado entre dos jugadores y en forma simultánea. Es obligatorio cantar al mismo tiempo el número que se apuesta. La orquesta de Roberto Firpo grabó en 1936 el tango La Murra (instrumental). Escúchelo, sobre el final oirá la vocinglería propia de los apostantes.

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José «Pepe» Marquínez

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