Diciembre en la historia

Argentina es un país que ha nacido con una profunda grieta. Desde aquella Revolución de Mayo, pensada por un grupo, con distintos objetivos y defendida con su cuerpo por el pueblo, saavedristas y morenistas, serán los que cortan el primer hilo de la trama y abren la grieta que parece no poder cerrarse. La dicotomía le ganó a la integración.

Estamos en los 40 años de democracia, en tiempos de renovación de poderes. Diciembre. Elijo este tema porque precisamente fue en diciembre de 1928 cuando el general Juan Galo de Lavalle, militar de neto corte unitario, encabezó una sublevación contra el gobierno del coronel Manuel Dorrego a quien depuso. Ese mismo día Lavalle es nombrado gobernador interino mientras Dorrego se retiraba a la campaña con el objeto de reunir fuerzas para resistir el alzamiento, pero no logró su objetivo o equivocó la estrategia, porque Lavalle, quien era un hombre armas, influenciado por los grupos unitarios lo tomó prisionero y luego ordenó su muerte. Fue un 13 de diciembre de hace 185 años.

Creo innecesario narrar que el país se encontraba en estado de anarquía; cada provincia contaba con su propio gobierno desde 1820. Manuel Dorrego, había asumido la gobernación de Buenos Aires después que Rivadavia renunciara, tras la derrota con el imperio de Brasil con quien se había disputado la Banda Oriental, hoy República de Uruguay. El país se encontraba desintegrado y en ese momento Dorrego, hombre de las filas federales, asumió el poder.

Pero los unitarios porteños no estaban dispuestos a dejar el gobierno en mano de un federal. Las intrigas, pasiones desmedidas, incapacidad para dialogar, deseos de quedar en la historia como mártires o salvadores impidieron a los hombres ver más allá de su propio aliento y dejaron que las leyes durmieran en los armarios mientras ellos definían sus propios objetivos los mismos que le aseguraran poder y bienestar.

Lavalle era un militar de 31 años que había alcanzado su prestigio en los campos de batalla, primero con la campaña libertadora de San Martín y luego en la guerra contra el Brasil. Era presionado por la clase gobernante de Buenos Aires, “los hombres de levita”. Salvador María del Carril, uno de los instigadores de la muerte del coronel Manuel Dorrego, junto a otros, le enviaban cartas en las que en la medida que lo alababan, lo instaban a ser el salvador de un reino sin orden: Buenos Aires.

Estimulado y cargado de vanagloria cometió el acto del que nunca terminó de arrepentirse: fusilar a Dorrego. Algunos años después Sarmiento decía: “la muerte de Dorrego fue uno de esos hechos fatales, predestinados, que forman el nudo del drama histórico, y que, eliminados, lo dejan incompleto, frío, absurdo”.

La historia revela que Lavalle sufrió el más atroz de los arrepentimientos cuando a la luz de los tiempos, comprendió que solamente había sido un instrumento de la clase unitaria porteña. Dijo: “Los hombres de casaca negra, ellos, ellos, con sus luces, su experiencia, me precipitaron en ese camino haciéndome entender que la anarquía que devoraba a la gran República, presa del caudillaje bárbaro, era obra exclusiva de Dorrego. Más tarde, cuando varió su fortuna, se encogieron de hombros, (…). Si algún día volvemos a Buenos Aires, juro por mi honor de soldado que haré un acto de expiación como nunca se ha visto, sí, de suprema y verdadera expiación”. Todo, demasiado tarde.

En el cementerio de Recoleta, los mausoleos de Dorrego y Lavalle se encuentran a pocos pasos uno de otro como deseando que se enmiende el error, como si fuera necesario intentar acercar a esos hermanos argentinos, esos valientes soldados de San Martín y Belgrano, pero ahora, el silencio es sepulcral y son otra vez las voces de afuera los que deciden contar sus historias.

Mausoleos de Manuel Dorrego y Juan Lavalle en el cementerio de la Recoleta, Buenos Aires (Fotomontaje: SunchalesHoy).

Los argentinos seguimos cultivando el árbol del desacuerdo, irremediablemente destinados a vivir en diatribas políticas, como si de un lado estuviera la llave de la salvación y del otro acechara el cerbero del infierno. Es tiempo de cambios. Ojalá la historia nos ayude a comprender lo inútil de vivir en constante dicotomía porque de ella solo se benefician algunos, bien lo lijo Lavalle: “… cuando varió su fortuna, se encogieron de hombros, (…).”

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Griselda Bonafede

Fuente: Felipe Pigna (www.elhistoriador.com.ar/revolucion-de-lavalle-y-fusilamiento-de-dorrego/)

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