El culto a nuestros difuntos (Primera parte)

Europa tuvo una marcada influencia en la tradición de nuestras costumbres funerarias. Como ejemplo mencionamos: el luto, accesorios sepulcrales, carruajes, ceremonias, secuelas post-fallecimiento y panteones, entre otros.

En algunos casos el fotógrafo realizaba su trabajo documentando las ceremonias de homenaje y respeto al fallecido. Así por ejemplo, registraba en fotos: el ataúd, el lugar del velatorio, el cortejo fúnebre y la inhumación. Esta costumbre fue desapareciendo a mediados del siglo pasado.

Con motivo del fallecimiento, sepultura y mantenimiento por los servicios que se prestaban se originaban importantes sumas retributivas: floristas, pintores, albañiles, imprenteros, sepultureros, sólo por nombrar a algunos de ellos.

En nuestra zona se instalaron hábitos que, sin temor a equivocarme, nacieron con la fundación de las distintas colonias, los que paulatinamente fueron despareciendo.

Como ejemplo es menester señalar algunos de ellos: el velatorio se realizaba en las casas de familia (no existían las salas a tal efecto), los hombres concurrían de riguroso traje y corbata (a nadie se le ocurriría soslayar este aspecto) y además se rezaba el Santo Rosario. En la tarjeta de participación del fallecimiento por lo general se informaba la hora en que se rezaría el mismo.

El extinto era transportado en lujosas carrozas de color negro y con cuatro ruedas engomadas. Los servicios estándar llevaban dos caballos, los medios cuatro y los de lujo seis. Existía el coche fúnebre blanco para la sepultura de los niños (un “angelito” como se lo denominaba).

Coche fúnebre con tracción a sangre que se usaba para trasladar al difunto.

El origen de los coches fúnebres data de la Inglaterra del siglo XIX. Esto lo hicieron valer como un gran negocio y los carruajes transportaban no sólo al difunto sino a los familiares.

En este caso, si el fallecido era un hombre se utilizaban caballos negros y si era una mujer se empleaban equinos de pelaje blanco.

El primer coche fúnebre a combustión fue creado en 1907 y en 1915 Geissel y Sons acoplaron la cabina al resto del coche, es decir, los mismos pasaron a ser autopropulsados.

Las imprentas se dedicaban a confeccionar tarjetas de defunción (blancas con guarda negra). Las mismas eran repartidas en algunos casos personalmente a parientes y amigos; en otros se distribuían innominadamente, todas ellas colocadas en el correspondiente sobre enlutado.

Izquierda: tarjeta de participación del fallecimiento. Derecha: tarjeta de invitación al funeral, al cumplirse el primer año de la defunción.

Otra costumbre que quiero señalar es la utilización del luto: las mujeres (familiares directos) se vestían de riguroso negro hasta el año de ocurrido el deceso y luego por el medio año siguiente podían lucir una prenda blanca, lo que se denominaba “medio luto”.

Con los hombres sucedía algo parecido: llevaban un brazalete negro de aproximadamente cinco centímetros de ancho en la manga del saco y vestían corbata del mismo color. Luego del año, dependiendo de la cercanía del parentesco, portaban en la solapa del saco una cinta negra.

Durante el año posterior al fallecimiento, en el hogar no se escuchaba radio ni música y por supuesto se suspendían las actividades sociales.

Mientras el cortejo fúnebre pasaba por las calles rumbo a la iglesia, los comerciantes bajaban las persianas de sus negocios y la gente se descubría la cabeza en señal de respeto. Por lo general desde el domicilio del velatorio el ataúd, siguiendo al coche fúnebre, era transportado a mano por parientes y allegados. Luego de la iglesia el viaje seguía hasta el cementerio en el carruaje.

Al cumplirse el año del fallecimiento era habitual se realizara el funeral (oficio religioso) y la invitación se concretaba mediante una estampita o tarjeta, la que además en muchos casos llevaba la foto del difunto.

Continuará…

___
José «Pepe» Marquínez

Del mismo autor

Relacionadas

Ultimas noticias