Febrero en la historia II. “Que Dios y la patria SE lo demanden”

Pareciera que en febrero ocurren hechos relevantes, poco usuales, temerarios y provocantes o ¿será febrero el cuenco donde van a parar los episodios desatados en meses anteriores?

Quisiera traer a la memoria, lo ocurrido un 1 de febrero de 1820 cuando en el contexto de luchas intestinas argentinas, tuvo lugar la batalla de Cepeda. Este enfrentamiento militar ocurrió en la cañada bonaerense del arroyo Cepeda. Allí se enfrentaron los unitarios (encabezados por el director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, José Rondeau) y los federales (liderados por los caudillos y gobernadores de Santa Fe, Estanislao López, y Entre Ríos, Francisco Ramírez). Los federales obtuvieron una completa victoria y se arrogaron el derecho de disolver el Directorio y el Congreso Nacional. A partir de entonces, el país quedó integrado por trece provincias autónomas.

Primera batalla de Cepeda, 1 de febrero de 1820. Esta acuarela, del suizo Adolf Methfessel, muestra el avance de los legionarios federales (rojos) de Francisco Ramírez y Estanislao López frente al ejército unitario del Directorio que comandaba José Rondeau (azules) (Imagen: abc.com.py).

No podemos dejar de preguntarnos: ¿No pudieron establecer un diálogo abierto, desinteresado, equilibrado que llevara a las partes a tomar decisiones ecuánimes? No lo hubo. La violencia ganó y el país entró en la anarquía.

Las causas eran varias, pero, predominaba el gran descontento en las provincias del interior con Buenos Aires y el manejo del puerto, proveniente de la Revolución de Mayo, por decisiones que no tenían en cuenta las voces del interior. La principal exigencia de los líderes era que cada provincia se gobernara a sí misma, y juntas formaran una federación.

Todo esto ocurría en el marco de un país que no tenía Constitución; el proyecto del año 1819, había sido rechazado por carácter centralista, monarquista y aristocrático. De manera que, sin carta Magna, sin un orden que abarque a todo el país, la anomia y el desgobierno ganaron espacio. La lucha entre Buenos Aires y las provincias del interior marcaron muy fuerte los modos de pensar, de vivir y hasta de relacionarnos.

La Constitución de 1853, no terminó de solucionar los problemas, pero fue poniendo escalones para el logro de un país unificado que se fue consolidando como Estado con un fuerte ascendiente Buenos Aires sobre el resto del territorio.

Cada provincia tomó su particularidad y se desarrolló acorde a sus recursos. La Constitución ordenó los derechos y deberes de cada poder, estableciéndose una convivencia que pudo haberse alterado (y de hecho se dio) entre un presidente/a, y algún gobernador en particular, pero se cumplía la resignada situación de un poder central con sus provincias súbditas.

Ante la existencia de una ley todo se resuelve. La Carta Magna define y reconoce la división de poderes. Un poder no puede estar sobre de otro. Los tres deben actuar conforme a los principios que rigen la Constitución. Ninguno de ellos puede tomarse atribuciones que no se encuentren en armonía con los poderes restantes, ni con los artículos que componen sus páginas. Argentina vio despreciar la Constitución durante muchos años a causa de los golpes de estado. Recuperarla y ponernos todos a “derecho”, costó vidas, enfrentamientos y dolor masivo. Cuidarla es deber de cada ciudadano.

Hoy, en un siglo XXI avanzando, doscientos años después de aquel derrocamiento del directorio, asistimos dolorosamente a un conflicto entre el presidente y los gobernadores. Peleas públicas, con amenazas degradantes. Y otra vez la pregunta: ¿No pueden establecer un diálogo abierto, desinteresado, equilibrado entre personas con poderes otorgados por el pueblo? Y surge otra más: ¿El interior todavía tiene el espíritu beligerante del siglo XIX o es que éste fue sofocado, pero no convencido, no conformado? Mucho para pensar, pero la única verdad es que hay una Ley Suprema que debe acercarlos, libro que se supone se encuentra en los escritorios de todo mandatario para ser abierto y leído cuando se intente tomar decisiones que afecten al pueblo. Si esto no ocurre “que Dios y la Patria SE lo demanden”.

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Griselda Bonafede

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