La clase pasiva, ¿le gana a la inflación?

El Jubileo era una fiesta solemne que los judíos celebraban cada cincuenta años, donde se cancelaban las deudas, se devolvían las propiedades a sus antiguos dueños y se daba la libertad a los esclavos. Dice Wikipedia: “El Jubileo o Año Santo es una celebración que tiene lugar en distintas Iglesias cristianas históricas, particularmente la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, que conmemora un año sabático con significados particulares”. Seguimos informándonos y encontramos que entre los cristianos es indulgencia plenaria, solemne y universal, concedida por el Papa en ciertas ocasiones.

Existe un vocabulario relacionado, que incluye palabras como ¡albricias!, ¡aleluya!, hosanna, jubilar, jubiloso, regocijo, etc. Por alguna razón el empleado activo que trabajó durante décadas llega a una meta que incluye el retiro y pasa a ser un “jubilado”; no porque ya no es útil y se le descarta de la fábrica o la oficina. Le ha llegado el momento de disfrutar de “sus aportes” como fruto de su labor y gozar de la familia, el descanso, el júbilo que se merece.

Pasa a recibir sus haberes mensuales que en realidad dejaron de ser sueldo; ahora le llegará la “devolución de sus aportes”; ya no es el Estado o la empresa quien le paga; hay un fondo establecido por ley como reserva para afrontar esta etapa llamada “pasiva”. La firma ya no les sirve para dar una garantía ni para obtener un crédito, salvo en el Banco donde cobra sus haberes (perdón: devolución de aportes).

¿Y por qué ocurre esto? Porque si no paga la deuda, no le pueden “embargar el sueldo” al jubilado, porque como vimos, no es sueldo y sí “devolución” de aportes. Pero de esa devolución que le pertenece porque estuvo ahorrando, sí o sí le descuentan ganancias. Incluso… si ha fallecido y alguien de la familia sigue percibiendo. Es decir, en Argentina, los muertos pagan ganancias.

Lo triste es que esa caja acumulada muchas veces las autoridades de turno la usan para destinar el dinero hacia otros fines y luego quedan esquilmadas, hundidas, para afrontar haberes dignos. En cada campaña política los jubilados son tentados a través de promesas y la credulidad los hace sentirse esperanzados. Pero esto no se cumple y lo que más acrecienta la desazón, es el hecho de que pierden derechos adquiridos en su sistema de actualización, lo que lleva a recibir aumentos escuálidos mientras a diestra y siniestra los precios corren con la velocidad de la inflación.

Que hay jubilados sin aportes es una triste realidad nacional. ¿Las autoridades se bajaron el sueldo para que el pago se pudiera concretar? ¿Disminuyó el gasto público; mermaron los asesores de cada legislador? ¿Recortaron la cantidad de custodios para los gobernantes? ¿Derogaron las jubilaciones de privilegio? No, un presidente que estuvo seis días en el gobierno aún cobra esa franquicia.

Entonces la masa trabajadora, todos aquellos que con su labor y esfuerzo alimentaron la gran caja de previsión, ven cómo la despojan de sus aportes para incluirlos en pseudas necesidades que debieran ser contempladas con el dinero de todos y no de los más débiles, que ni paros pueden hacer porque ya han cruzado los umbrales de la fábrica, la escuela, la oficina.

Lo que más duele frente a esta realidad calamitosa es la adulterada sonrisa que quienes anuncian que “la clase pasiva le está ganando a la inflación”, o que “la canasta básica se afronta con $6000,00”, etc. Muchos jubilados continúan trabajando porque se sienten útiles y sanos; otros lo hacen colaborando porque les ha quedado como permanente la matriz del quehacer; muchos participan gratuitamente ofreciendo su capacitación a entidades comunitarias. Un ejemplo de cepa activa y conformista. Pero no por ello esa cepa deja de llorar por Argentina y por la insensibilidad de quienes deciden sus destinos.

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