Aquella ilustre ceremonia de Julio

“No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños”, afirmaba Cicerón, político, escritor y orador romano.

En algunas circunstancias no son únicamente los niños quienes desconocen. Los adultos cerramos los ojos y los oídos ante el relato que debiera ubicarnos temporal y espacialmente en otra sintonía precedente. Las evidencias están al alcance de la mano pero nos manifestamos cerrados intelectual y espiritualmente.

La historia es raíz, cepa, génesis, cimiento del ayer y sostén del presente. Nosotros seremos raíces de familias venideras, cepas primarias de ideas concretadas en el futuro, cimientos de apellidos ramificados en la travesía del tiempo. Amar la historia no significa conocerla en toda su profundidad, pero representa el sentimiento que ella y sus sucesos nos provocan. Cumplimos años, pero biografías, efemérides, gestas, hechos magnos y consecuencias trascendentes cruzan la línea cronológica para hacerse perdurables en nuestra memoria y permanecen inalterables en su valía.

La fecha conmemorativa de la Declaración de la Independencia figura cincelada en valioso mármol, inquebrantable en los anales de nuestra historia. Aprendimos a valorarla desde aquellos lejanos días de la infancia, cuando tuvimos una docente que magnificó la fecha, sus acontecimientos y protagonistas. Los actos conmemorativos movilizaron nuestros corazones, más aún si fuimos partícipes de ellos. Las páginas de los libros agregaron luces y saberes que estamparon el escenario de la época y las decisiones trascendentales para las Repúblicas Unidas del Río de la Plata.

Tres veces estuve en la preclara Casa de Tucumán, aquella que dibujábamos sobre la albura del cuaderno. No por repetida, la visita fue menos emocionante. Al recorrerla vivencié momentos de aquel 24 de marzo cuando comenzó a sesionar el Congreso y avizoré la llegada de los congresistas desde las más lejanas geografías de la patria, cruzando la inmensidad desértica, escarpada o agreste.

Tres veces presencié el Espectáculo de luz y Sonido que nos ubica en la situación y la época de 1816 en Tucumán. A pura imaginación. Sólo luces, cascos que se van acercando, la aldaba de la puerta que suena, taconeo sobre las baldosas añejas, el fondo musical en consonancia con cada momento, las voces de los congresales. ¿Hace falta algo más para vivenciar aquella ceremonia ilustre de julio?

Y las lágrimas. Las lágrimas propias cuando los acordes del Himno coronan el escenario. Sobre el muro, en relieve las figuras de hombres que se convierten en próceres. Lo imaginado se transforma en palpable realidad. Es el pasado que retorna y nos ubica como personajes de aquel tiempo. El reloj invierte su recorrido y nos deja en la casona y en esa fecha memorable.
Quizás fue lo que nos inculcaron en la escuela. Quizás lo que fuimos aprendiendo en el camino docente. Y me siento adulta, al decir de Cicerón. Porque no hay dudas de que la historia nos importa, podemos vivenciarla, enaltecerla y esencialmente, trasmitirla. Ese es nuestro compromiso con la patria.

Desfile escolar por avenida Independencia en una fiesta patriótica.

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