El banco vacío, la casa silenciosa, la ciudad triste

Este año 2022 llegó con el gran desafío de retornar la rutina que quedó estancada en 2019. Con los recaudos necesarios y nuevas propuestas, escuelas, clubes, empresas y comercios empezaron a diagramar de nuevo lo que sería el día a día, aún con barbijos pero con mayor libertad.

No fue fácil para nadie, en el camino quedaron familiares y amigos que no están más, negocios que cerraron, encuentros deportivos que no se realizaron, viajes que se postergaron… una vida post pandemia que, en vez de reinventarse, buscó volver a hacer las mismas actividades que eran comunes dos años atrás.

Con esa perspectiva, en las escuelas se trató de encauzar a los estudiantes la idea de esforzarse y ser mejores, la empatía con el otro, el respeto a los tiempos de cada uno, la ayuda mutua. O eso se buscaba, ya que al mismo tiempo, había objetivos que lograr y saberes y contenidos que recuperar.

De a poco se fue dejando el barbijo, las exigencias fueron mayores, el agotamiento estaba cada vez más presente en todos. Volvimos a las corridas por llegar a tiempo al trabajo, a la escuela, a las prácticas. Y entre tantos apuros, como sunchalenses tuvimos que afrontar una muerte dolorosa e injusta, en la cual todos fuimos responsables y al mismo tiempo, nos sentimos impotentes.

Ese 7 de noviembre fue interminable. Desde el momento en el cual se informó del accidente hasta que llegó la peor noticia de todas. Y el Colegio se derrumbó y lloró. Y la ciudad quedó en silencio. Y las personas decíamos a cada rato ¿por qué?

Nadie puede ponerse en el lugar del otro, de sus padres, su hermana, sus compañeros, sus docentes… el de cada persona que se fue enterando y queriendo acompañar de alguna manera.

Nadie puede pensar siquiera el valor de sus compañeros al buscar ayuda, los vecinos corriendo, los servicios de emergencias acudiendo rápidamente, el doctor que se subió a la ambulancia y la acompañó con su familia en un viaje con las sirenas puestas, buscando en cada momento una esperanza.

Nadie conoce lo que se vivió en ese grupo reducido de personas cercanas, que debían ver cómo seguir, cómo contener, cómo estar. Entonces llegaron grupos de personas que ayudaron, palabras que sanaron, abrazos que fortalecieron, actividades que ayudaron a estar mejor. Los niños decían estar seguros en la escuela, tranquilos, que podían trabajar en sus pensamientos y emociones.

Pero nadie se puso a resolver la situación que llevó a ese desenlace, para que no vuelva a ocurrir, para educar, para ser mejores. Simplemente se buscó volver a la rutina, como cuando la pandemia se convirtió en un virus que ya convive con nosotros.

No, no debe ser así, no hay que bajar los brazos, hay que seguir pensando y resolviendo esas cuestiones para que nuestros niños y niñas estén seguros, educándolos y cuidándolos. Ellos son los que van a cambiar las cosas en el futuro pero hay que enseñarlas y ser ejemplo de responsabilidad.

Francesco Tonucci, en su libro “La ciudad de los niños”, dice: “Los ciudadanos sufren los males de la ciudad, pero parece que no quieren, por lo menos de manera explícita, que la ciudad cambie. Piensan que no es posible lograrlo ya, pues están resignados. Entonces, piden que al menos se pueda vivir un poco mejor en ella, que las privaciones sean aliviadas. Piden más servicios para soportar mejor el malestar de la ciudad”.

“Saben que los niños son los que más sufren la situación pero no saben cómo ayudarlos y entonces, cada vez más a menudo, deciden tener menos niños o no tener más: ¿cómo se hace tener niños en estas condiciones?”.

“Pero si un intendente piensa más en el futuro de la ciudad que en su reelección, si piensa más en los hijos y los nietos de sus conciudadanos, entonces debe poner en marcha la esperanza. Debe participar de un sueño: el sueño de creer que su ciudad mañana pueda volver a ser hermosa, sana, segura; que vuelva a haber niños que juegan en la calle. En ese caso, debe trabajar con su equipo, con el Concejo, con todos sus colegas adultos, para lograr que pronto valga de nuevo la pena de ser niños”.

Hagamos una ciudad para nuestros niños y niñas.

Hagamos una ciudad feliz y alegre para ellos.

Hagamos que el recuerdo de María nos haga mejores personas.

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María José Beccaria

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