Despertó el verano y enero derramó su caudal de soles y temperaturas ardientes. Comenzamos a debatirnos entre el amor y el odio; los entusiastas por la natación y el bronceado se arrodillan ante el altar estival, mientras otros rememoran la paz otoñal, lo recoleto del hogar en días de invierno y frente a los almanaques cuentan semanas de espera para arribar a la estación preferida sin morir en el sufrimiento de soportar el verano.
Abulia, un quehacer aplacado por la fuerza del calor, el agobio por una noche sin conciliar el sueño o por soportar la temperatura que no desciende frente a un asfalto ardoroso después de horas de rayos violentos, todas son causas que pesan y mitigan el gozo de una estación que para otros es diametralmente opuesta porque proporciona motivos de placer y disfrute.
Los niños que viven en poblaciones donde los clubes ofrecen la posibilidad de deleitarse con las colonias de vacaciones son verdaderamente dichosos; esperan el final del período lectivo para zambullirse en los días disfrutados a pleno junto a la sabiduría y cordialidad de los profesores. Ellos dinamizan las jornadas para ser fructíferas en el plano del aprendizaje de hábitos y habilidades, además de convertirlas en un tiempo de verdadero solaz y diversión que recordarán a través de los años.
Los adultos con relación de dependencia o embarcados en cualquier situación laboral aguardan con ansias unas vacaciones que seguramente terminarán siendo efímeras, porque una quincena es tan fugaz frente a la abundancia de semanas donde los retiene el trabajo. No obstante, bienvenido sea ese relax, aunque breve, que nos permite fortalecer vínculos de la familia, descansar o direccionar hacia donde más nos guste, o hacia donde se pueda, con nuestra movilidad en busca de otra geografía.
Los mayores sabemos de tiempos lejanos donde eran impensadas las colonias de vacaciones e incluso los viajes como asuetos merecidos. El verano en el pueblo ofrecía la oportunidad de dormir sin restricciones, disfrutar de las charlas con amigas y transformar las siestas en sesiones de biblioteca bajo la sombra generosa de árboles frondosos en el patio con fragancia a frutales. Dichosas sesiones que alimentaron nuestro espíritu y el intelecto a través de páginas devoradas.
¿Aparatos eléctricos para ahuyentar el calor? Para qué, si la corriente eléctrica tenía su horario estricto de 18 a 24 los días de semana y hasta las 3 de la mañana en días festivos o de danzantes programados. Una heladera provista con el cuarto de hielo que el mismo sodero repartía en los hogares y en algunas familias el pozo o el aljibe servían la cristalina y refrescante riqueza del agua.
Recordar los veranos de la infancia y la juventud frente a los niños y adolescentes de hoy despierta el asombro. Pero comprenden finalmente que nuestro tiempo también tuvo esparcimiento y regocijo; más calmo, más quieto en el lugar de origen, pero no por ello menos feliz, preparatorio para retornar en marzo con mayor caudal de experiencias en cuanto a conocimientos y sentires. Existen recuerdos que el tiempo no puede borrar, porque el placer es como la flor que florece, pero el recuerdo es el perfume que perdura.